martes, 4 de diciembre de 2007

"El beso de la muerte"

¿Acaso los maestros saben que llevan consigo el beso de la muerte que torna insípido todo cuanto tocan, y entonces se niegan sabiamente a tocar y enseñar cualquier cosa que posea importancia para la vida real? ¿O es que portan el beso de la muerte porque no se atreven a enseñar nada de importancia para la vida real? ¿Qué es lo que les pasa?
Gregory Bateson

Niño, deja ya de joder con la pelota. Niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca…
Joan Manuel Serrat
Este mundo te dirá que siempre
es mejor mirar a la pared...
Charly García

Fue entonces que el desconocido me dijo:
-Mírela bien, ya no la verá nunca más.
Había una amenaza en la afirmación, pero no en la voz.
Jorge Luis Borges. El Libro de arena

Existen ciertas semejanzas entre avisar, advertir y amenazar. En los tres casos se trata de prevenir acerca de algo. El diccionario de la Real Academia dice que avisar es "dar noticia de algún hecho", advertir es “avisar con amenazas”, y amenazar, precisamente, es “avisar que se quiere hacer algún mal a alguien”. Si relacionamos los tres significados podríamos encontrar una progresión lineal, de menor a mayor, en el efecto que pueden causar estas acciones. Hasta podría ser difícil encontrar el punto exacto en el que termina una y comienza la otra.
Sin embargo, dependiendo de la forma en que se lleven a cabo, aparecen diferencias significativas en los efectos que estas tres acciones producen.
Alguien nos habla, por ejemplo, de la conveniencia del uso de preservativos para la prevención de enfermedades de transmisión sexual y, dependiendo de la forma en que lo haga, puede pasar que nos suene como una información útil a tener en cuenta o como una prescripción autoritaria que nos incita más a la rebeldía que al cuidado.
Si recordamos muchas de las nociones que aprendimos sobre cuestiones importantes para nuestra supervivencia, como la conveniencia de hábitos saludables, de conductas cuidadosas, costumbres higiénicas, etc. suele suceder que las recordemos con una sensación parecida a la angustia. Nos suelen sonar más como indicaciones opresivas o restrictivas que como consejos útiles, más como advertencias que como avisos o descripciones.
Si lo vemos desde el punto de vista estadístico (estadística: cálculo de cuestiones probables, o sea que pueden suceder o no) es cierto que trabajar es una forma útil de obtener ingresos, que beber y comer con moderación favorece nuestra salud, que el respeto y la tolerancia son operatorias útiles para una convivencia satisfactoria…Pero ¿porqué estos datos nos suenan a sermón y por lo tanto a posible castigo?
Un axioma básico de la comunicación humana dice que los mensajes que intercambiamos tienen un aspecto que tiene que ver con el contenido que transmitimos, y otro aspecto que tiene que ver con lo relacional. Con los gestos, los tonos de voz, la mirada, las palabras que elegimos, nos decimos algo que desde el punto de vista comunicacional, es más importante para nosotros que la información que damos y se refiere a qué es lo que está pasando entre nosotros: si estamos dispuestos a aceptarnos como somos, si estamos o no peleando, si lo que se nos dice, o decimos, es una sugerencia o una imposición. Este segundo aspecto lo percibimos en gran medida con nuestros “sensores” físicos, con sensaciones de restricción, alivio, angustia que aparecen en el cuerpo.
Aplicando este axioma a la cuestión de las diferencias y semejanzas entre aviso, advertencia y amenaza, podríamos reconocer de cuál de ellas se trata según el efecto que nos provocan.
Si recibimos la información acerca de qué nos conviene hacer en relación a alguna cuestión (“Comer bien es importante para la salud”) y podemos tomarla como una opción que puede sernos benéfica, pero nos sentimos con la libertad de evaluarla y luego ponerla en práctica o no, si sentimos que podemos demostrar nuestras dudas, preguntas y opiniones ante quien nos informa y no tenemos que “pagar ningún precio” por eso, si no pensamos que quien nos informa va a evaluar el cumplimiento de su "consejo" de allí en adelante, es muy probable que estemos ante un simple aviso o descripción de una cuestión.
Si mientras nos dicen lo que nos conviene hacer “por nuestro bien” aparece opresión en el pecho, molestias en el estómago, palpitaciones, si sentimos que lo que nos “aconsejan” hacer es nuestra única opción y que si no lo cumplimos algo terrible puede sucedernos, si sospechamos que nuestro “benefactor” va a controlar el cumplimiento de lo “sugerido”, muy probablemente estemos ante una advertencia (“Si no comes te moris… o me muero”), o una amenaza (“Si no comes te mato”). Las amenazas tienen, al menos, la ventaja de que no están disfrazadas de consejos, y lo que nos provocan es , lisa y llanamente miedo.
Es posible que nociones sobre cuestiones que pueden ser útiles para nuestra vida suenen tan restrictivas porque son transmitidas como una forma de control mocionada por el miedo. Cuando advertimos en lugar de contar o describir, transmitimos tácitamente nuestra necesidad de controlar , nos “achicamos el mundo”.
Si nuestro interés es realmente colaborar con el bienestar de los otros, en lugar de portar el “beso de la muerte” del que habla Bateson, quizás sea una opción ofrecer nociones que pueden ser útiles pero sólo como un aporte de datos que cada uno puede usar en el proceso de investigación en que consiste su propia vida.

viernes, 9 de noviembre de 2007

No es mi tema

Yo me celebro y yo me canto,/Y todo cuanto es mío también es tuyo,
/Porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.
Walt Whitman

Enseña el Cristo: a tu prójimo amarás como a ti mismo, mas nunca olvides que es otro.
Antonio Machado


Cada cual tiene un trip en el bocho
…difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo
Charly Garcia








¿Cuál es el alcance y cuáles son los efectos de la expresión: “no es mi tema”? Más aun, ¿cómo saber qué cosas “son mi tema” y cuáles no? ¿Cómo guiarnos para no cometer la tontería de meternos de lleno en asuntos que no son de nuestra incumbencia y estar ausentes de los que realmente necesitan nuestra intervención?
Entre la cita de Whitman: no hay átomo de mi cuerpo que no te pertenezca, y la de Machado: nunca olvides que el prójimo es otro, se describe un mundo que encierra las dos afirmaciones que pueden parecer contradictorias. Los humanos somos sistemas que integramos sistemas, y aunque intentemos aislarnos, tenemos, entre nosotros y con el medio una ligazón indispensable para nuestra supervivencia. Desde esta visión amplia, no habría nada que pudiera no ser “mi tema”. Afectamos y somos afectados permanentemente por todo lo que nos rodea. Lo que nos sobra tiene relación con lo que a otros les falta, (o viceversa), lo que llueve aquí se evaporó de allá… las leyes que gobiernan a los sistemas son implacables, y, como dijera Gregory Bateson, la falta de sabiduría sistémica siempre es castigada.
Aun teniendo en cuenta esta meta idea, en la práctica no podemos hacernos cargo de todo lo que sucede. Incluso en el mundo de las interacciones cotidianas no todas las cuestiones que suceden en nuestro entorno más cercano nos competen, aunque nos sintamos afectados por ellas. Si yo necesito decidir si le digo o no le digo a mi amiga que vi a su marido con otra mujer, ¿es mi tema la violación de un código interno de la relación entre mi amiga y su marido? o ¿cuándo son nuestro tema las cuestiones que les suceden, por ejemplo, a nuestros hijos?
No es posible hacer una lista con la enumeración de las cuestiones que nos conciernen y las que no, entre otras cosas porque eso depende de la forma que cada uno tenga de ver el mundo. Pero quizás la distinción entre cuestiones que corresponde tomar como de interés personal y las que no, y cuál debería ser la intervención en uno o en otro caso, puede que nos vuelva, por lo menos, algo más cuidadosos.
Aparentemente vivimos todos en el mismo mundo, pero cada uno diseña el suyo en virtud de los parámetros que fija, y da un significado propio a sus experiencias, por lo que intervenir en cuestiones de otro no es cosa fácil. Si pensamos en lo difícil que es saber lo que nosotros mismos necesitamos o qué deberíamos hacer con nuestras cuestiones, podemos darnos una idea de las posibilidades que tenemos de acertar cuando de otros se trata. Si coincidimos con la idea de que cada dificultad que se nos presenta puede ser una oportunidad de aprendizaje, interferir en la forma en que otro resuelve sus desafíos ¿no puede significar, además, aportar una demora a su crecimiento?
Estando ante un hecho que no nos atañe directamente, que no está en el área de nuestras responsabilidades y al que no estamos comprometidos a responder, si tenemos dudas acerca de si intervenir o no, podemos guiarnos con algunas preguntas.
La primera: ¿alguien me pidió opinión, consejo o ayuda? En el caso de que nadie nos haya pedido ayuda, la pregunta sería ¿para qué intervendría? ¿para satisfacer una necesidad personal de cumplir un mandato/ mitigar el propio sentimiento de angustia/ sentirme útil…?
Si llegamos a la conclusión de que tenemos la necesidad de intervenir, y queremos satisfacer esta necesidad, podemos preguntar a la persona involucrada si necesita nuestra ayuda. Si nos dice que sí, podemos seguir preguntando acerca de qué tipo de ayuda necesita. Si nos dice que no, un alejamiento respetuoso podría ser lo más útil para todos.
No intervenir no implica solamente no actuar. Seguir inmiscuyéndose en el tema con los pensamientos o fantaseando con posibles acciones, creyendo que si el asunto estuviera en nuestras manos podríamos solucionarlo es también una forma de intervenir.
La consideración “no es mi tema” no significa “no me meto, pero podría hacerlo”. Considerar un asunto como fuera de la propia área de competencia, significa además, el reconocimiento del otro como otro, con sus propios valores y recursos para resolver sus cuestiones, y también el reconocimiento de que sus criterios son tan valiosos como los nuestros, aunque sean diferentes. Y más aún (esto puede ser más difícil si se trata de nuestros hijos), en el caso de que esas decisiones puedan llevarlos a lo que solemos llamar, desde nuestro punto de vista “errores” o “equivocaciones”.
Si una vez que aplicamos el “no es mi tema”, el asunto sigue preocupándonos, tal vez el “envío” de nuestros mejores deseos pueda ser útil . El “envío” puede concretarse en la forma en que cada uno lo conciba, algunos como una oración, como un pedido al “universo”, como un mensaje por si “alguien” lo oye, etc. Si el pedido no logra que la situación se resuelva de la mejor manera (si es que alguien puede saber cuál es la mejor manera en que puede resolverse una situación), al menos puede servir para calmar nuestra propia ansiedad.





lunes, 8 de octubre de 2007

Con el mazo dando...y a Dios inventando





Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena.... J. L. Borges

El desatino controlado no es un engaño en sí, sino un modo sofisticado y artístico de separarse de todo sin dejar de ser una parte integral de todo. Don Juan Matus.





¿Podemos correr para llegar a tiempo al trabajo aún con la íntima sospecha de que el tiempo es una ilusión?, ¿Podemos estar comprándonos una casa sin olvidar que toda forma de propiedad es ilusoria?, ¿Podemos guiarnos por nuestras necesidades individuales, concientes de que sólo podemos funcionar complementándonos con los demás?
Por más que Copérnico descubriera que no somos el centro del universo, para nosotros el sol sigue “saliendo”. A pesar de que sepamos que los átomos son sólo un minúsculo punto de materia realmente densa rodeado de una nube confusa de electrones que aparecen y desaparecen de la existencia, seguimos apoyando los platos sobre la mesa teóricamente vibratoria (y no se caen) . Cuando los físicos buscan la unidad más pequeña de constitución del universo, lo que encuentran es "una conciencia abstracta pura que sube en ondas de vibración", pero aún así, y por suerte, existe el choripan que es algo concreto y se deja morder.
Aunque podamos llegar a concebir la existencia de un Todo del que holográficamente formamos parte, para operar en la vida cotidiana las viejas hipótesis nos resultan muy sensatas a veces.
Desde el punto de vista de la epistemología, es posible ver/ concebir el mundo de una forma lineal, “disociativa” o de una forma circular , sistémica o “integradora” (*). Si vemos en una forma lineal, concebimos ante todo separación, entre nosotros y los otros, el adentro y el afuera, lo físico y lo mental. Planteamos pares de opuestos: es esto o es aquello. Defendemos nuestro “yo” separado y creemos que hay verdades. Exaltamos la lógica, el pensamiento racional y la existencia de pasado y futuro.
Si concebimos de forma integradora, consideramos que todo es proceso, que la causalidad es circular, y que nuestro “yo” es parte entre las partes. Tratamos de utilizar lo mínimo de cerebro izquierdo, “pensar” lo menos posible, o de la forma más eficaz posible para poder coordinar razón e intuición. Relativizamos la noción de tiempo.
¿Cómo puede resolverse la paradoja de ver al mismo tiempo lo sólido y lo vibratorio, lo intuitivo y lo racional, la parte y el todo? ¿Se pueden concebir a la vez la visión lineal del mundo y el paradigma circular y recursivo o una de las epistemologías necesariamente proscribe la otra?
Si se considera a la visión lineal como sólo una parte de la visión integradora que la abarca, se puede concebir que lo que puede aparecer como un par de opuestos simétricos puede ser integrado en una unidad superior. Lo que se presenta como “esto” o “aquello” puede verse formando parte de una relación complementaria en la que se superponen diferentes niveles de recursión.
Si nos interesa que nuestra visión del mundo, -que siempre estará en un punto situado entre las dos formas de ver- se expanda, este recurso clasificatorio que nos permite el lenguaje puede ayudarnos.
Si nos planteamos disyuntivas como por ejemplo: ¿razón o intuición?, utilizando este recurso podemos pensar en un tipo de pensamiento racional, útil para operar, pero funcionalizado y ordenado de forma que favorezca la comprensión intuitiva, que a su vez, favorecerá el desarrollo de un pensamiento útil…
Si nos preguntamos: ¿es posible o no tener alguna certeza? Podemos ver que para actuar cotidianamente necesitamos utilizar, aunque sea a modo de herramientas, ideas que para nosotros funcionen como verdades. Al mismo tiempo podemos concebir que, siendo que el observador modifica lo observado, no podemos dar cuenta del mundo, sino sólo de nuestra relación con él. Si como observadores estamos cambiando constantemente, sería muy difícil concebir certezas o verdades que no puedan ser relativizadas. Esta concepción puede volver sobre nuestras “pequeñas certezas cotidianas” modificando nuestro interés de defenderlas al punto de pelear por ellas...
Si pensamos: ¿Primero yo o primero los otros? podemos considerar que, aunque en principio sólo podemos dar cuenta de nuestras propias necesidades, aun sin postergarlas podemos observar nuestra conducta a la luz de la metaidea de que nos conviene a todos coordinarnos para potenciarnos, y el resultado de esa potenciación puede resultar en una mayor satisfacción a nuestras propias necesidades o en un cambio en nuestra forma de necesitar...
Así como el “angostamiento” tiene que ver con la angustia, la práctica de esta doble mirada, al permitirnos ampliar la visión/construcción del mundo, puede tener efectos satisfactoriamente vitalizadores sobre nuestra forma de vivir.

(*) la idea de que pueden concebirse una epistemología disociativa y una epistemología integradora pertenece al corpus hipotético de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos” y está desarrollada en el artículo: “Implicaciones pragmáticas de la epistemología sistémica”, en Recorrido de ideas, 1984/1990 de Rubén León Makinistian.








lunes, 17 de septiembre de 2007

"Vos siempre cambiando, ya no cambias más"

“Algo cambió…
todo sigue igual que ayer”
Oski Righi. Bersuit Vergarabat

“No hay que pescar dos veces con la misma red”
Charly García

"Estamos viviendo en la era del cambio del cambio"
Marilyn Ferguson



Los humanos cambiamos permanentemente, cada una de las experiencias que vivimos, por insignificante que parezca, nos modifica. Pero así como no podemos parar de cambiar, tampoco podemos cambiar puntualmente lo que queremos, cuanto y cuando queremos. No podemos evitar que deje de parecernos graciosa la persona que más nos fascinaba, y no podremos hacer nada para que vuelva a fascinarnos. Pero puede que nos propongamos firmemente empezar a comer menos, o a enojarnos menos, o a estudiar más… y nos aparezca un fluido repertorio de rebeldías que boicotean nuestras mejores intenciones.
Y es que parece que por una “perversa” ley cibernética, para mantener el equilibrio en los sistemas, existe una relación entre cambio y estabilidad que hace que, a veces, cuanto más cambian las cosas más iguales a sí mismas permanezcan.
Algo de esto parece sucederle al protagonista de esta letra del Cuarteto de Nos:

“Ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua
ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa.
Ya creí en los marcianos, ya fui ovo lacto vegetariano. Sano.
Fui quieto y fui gitano, ya estuve tranqui y estuve hasta las manos.
Hice el curso de mitología pero de mi los dioses se reían.
Orfebrería lo salvé raspando y ritmología aquí la estoy aplicando.
Ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué.
Ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fuí, ya volví, ya fingí, ya mentí.
Y entre tantas falsedades muchas de mis mentiras ya son verdades,
hice fácil adversidades, y me compliqué en las nimiedades.
Y oigo una voz que dice con razón
"Vos siempre cambiando, ya no cambiás más"
y yo estoy cada vez más igual.
Ya no sé qué hacer conmigo”.

Pero ante esta sensación de “no sé qué hacer conmigo”, ayuda pensar que es posible salir del “más de lo mismo”.
En “La Conspiración de Acuario”, Marilyn Ferguson habla de nuestras maneras de cambiar, y distingue cuatro formas en las que pueden cambiar nuestras mentes cuando reciben información nueva.
El cambio por excepción en el que el antiguo sistema de creencias permanece intacto, pero nos autoriza a admitir un puñado de anomalías: “Yo tengo razón, salvo…”
El cambio paulatino que sucede de a poco, sin que el individuo se dé cuenta de haber cambiado: “yo casi tenía razón, pero ahora tengo razón”.
El cambio pendular, que constituye el abandono de un sistema cerrado considerado como cierto por otro al que aferrarse con la misma fuerza: “Antes estaba equivocado, pero ahora tengo razón”.
Y el cambio de paradigma, o la verdadera transformación, que es la que permite integrar la información en una nueva forma o estructura: “Antes tenía razón en parte, ahora tengo razón en una parte algo mayor”. En este cambio nos damos cuenta de que nuestras concepciones eran sólo una parte del cuadro y que lo que ahora sabemos es sólo una parte de lo que sabremos más adelante. El cambio de paradigma no es un simple efecto lineal, es un cambio de patrones.
La idea de que las creencias a través de las que vemos el mundo pueden ser observadas e integradas en otras, al tiempo que nos habla de transitoriedad nos permite ser participantes activos de nuestras decisiones:

“Los tiempos que corren,
y en la medida en que he absorbido mi no permanencia,
son tiempos de resurrección,
de verídico liderazgo, de legítimo liderazgo
respecto de mi vivir que,
con tropezones o sin ellos,
ha cesado de ser el perpetuo vagabundeo distraído que era.
No permanecer es sinónimo de transitorio,
y es hacer que la vida, mirada en perspectiva,
aparezca como un collar: una piedra ( :un pensamiento,
un sentimiento, una emoción, un acontecimiento)
enhebrada, adjuntada a otra piedra ( :otro pensamiento,
otro sentimiento, otra emoción, otro acontecimiento),
todas imprescindibles… pero ninguna el collar mismo”.(*)

(*)Rubén León Makinistian- Espacios y silencios
.

lunes, 3 de septiembre de 2007

¿Podemos hablar de los demás?


"Lo único que podemos hacer es dar testimonio cada uno sobre sí mismo. Todo lo demás es extralimitarnos en nuestras atribuciones. Todo lo demás es mentira".
Milan Kundera


Compartir información sobre otras personas y opinar acerca de esa información seguramente es posible, porque quien más quien menos, todos nos hemos encontrado mate de por medio “sacándole el cuero” a alguien, “arreglando la vida” de otros, comentando lo que hacen o lo que deberían hacer tales o cuales. Pero cuando hacemos estos comentarios, ¿es de los otros de quienes estamos hablando?
Tal como lo establecen los elementos fundamentales de la epistemología, para conocer debemos hacer una distinción y el acto de hacer esta distinción en sí mismo supone una preferencia. De acuerdo con este principio cualquier descripción nos dice tanto o más sobre el observador que sobre cualquier suceso que éste describe(*).
Si puedo ver que mi vecino gana mucho dinero, es porque el tema del dinero tiene importancia para mí, si me fijo en la figura de las demás personas, es porque la apariencia física me resulta algo importante. Hay innumerables aspectos de la vida de los demás en los que no reparo: son los que no me preocupan en mi propia vida.
Desde esta mirada entonces, aunque el sujeto de las oraciones que uso sea mi cuñada, lo que yo digo cuando critico, por ejemplo, su tendencia a cambiar de novio frecuentemente, estaría informando más acerca de mi modo de concebir las relaciones, acerca de mi estado en ese momento o tal vez acerca de mi escondida tendencia a la envidia que sobre los “desvíos morales” de la criticada.
Opinar sobre las acciones o preferencias de los demás, entonces, no hace sino mostrar nuestra propia forma de ver el mundo, pero ésta es una aclaración que no solemos hacer mientras tomamos a otro como tema. Quizás porque el hacerlo le quitaría al comentario su tono “complotante” que es lo que lo hace más sabroso.
Si le comento a mi amiga: “es curioso, pero últimamente en lugar de preocuparme por mis propias cuestiones, estoy atenta a la vida social de otras personas y estoy ocupando tiempo de mi vida a juzgar a alguien inútilmente, ¿qué puedo aprender de esto?”, muy probablemente la pobre tendrá que reprimir un bostezo, pero si le digo: “¿A que no sabés quién enganchó otro gil?”, le van a brillar los ojos, nos vamos a reír juntas, y por un momento nos vamos a sentir hermanadas.
Pero también es posible que esa complicidad que es innegablemente estimulante, me deje en el fondo el mal sabor de una sospecha: la de que así como se despelleja aquí a la famosa cuñada en su ausencia también puede despellejárseme a mí cuando sea yo la que no está.
La sensación de poder que sentimos mirando las acciones de otros con nuestros propios valores, se convierte en desazón si pensamos que los otros pueden aplicar su propio código a lo que nosotros hacemos.
¿De qué nos sirve saber que sólo podemos hablar de nosotros?
Si no nos suena como algo útil, probablemente no nos sirva para nada. Si sentimos que en algún punto la eterna charla sobre cómo vive el resto ya no nos alcanza, podemos comenzar a considerar en qué aspectos de la vida de los otros estamos poniendo la atención, qué tienen que ver esos aspectos con cuestiones nuestras, si se trata de cuestiones a resolver, cómo podríamos hacer para resolverlas…
Puede que al principio no resulte tan divertido como criticar a la cuñada, pero no tiene por qué ser una tarea exenta de humor; también podemos complotarnos con los amigos riéndonos de nosotros mismos y sin temor a ser cuereados a la salida.

(*) esta idea está tomada no textualmente del libro: "Estética del cambio", de Bradford P. Keeney. 1987. Paidos. Bs. As-Barcelona.



domingo, 26 de agosto de 2007

El monstruo de dos cabezas


“Recusar y seducir son formas de avasallar”
R.L.Makinistian

El gordito mira a la mamá y le dice: “el monstruo que vive debajo de mi cama quiere un Royalino”. La mamá, cómplice, contesta: “ah, ¿el monstruo que vive debajo de tu cama?”, abre la heladera y le da un postrecito. El enano, como envalentonado por el triunfo de su trampa, redobla la apuesta: “no, el monstruo tiene dos cabezas” y el nuevo triunfo no se hace esperar: recibe el segundo postre. La escena despierta cierta ternura ante la picardía de un casi bebé de un metro de altura que despliega sus recursos para conseguir un dulce sin pedirlo directamente. Pero ¿qué es lo que nos causa gracia?
Si el protagonista de la escena fuera un muchacho 20 años más grande, casi 1 metro más alto y 50 kg. más pesado que dijera por ejemplo: “te traemos los chicos para que te hagan compañía”, ¿nos haría el mismo efecto? Seguramente en lugar de ternura sentiríamos una sensación por lo menos de duda: ¿el único objetivo de traerme los chicos será que yo esté acompañada?
Suponiendo que la verdadera intención de la pareja que ofrece los niños sea salir tranquilos y solos, si la “mamá” acepta sin contar acerca de su duda, el muchacho recibirá el mismo premio que a los 3 años y demostrará que conserva su habilidad para conseguir las cosas sin pedirlas. Probablemente la “mamá” transcurrirá la tarde en un estado en el que alternará su bienestar por estar con sus nietos con una sensación de haber sido usada que no sabe si confirmar o apartar de su cabeza.
La habilidad de conseguir las cosas sin pedirlas suele estar bastante premiada en nuestra vida corriente. Si tenemos que vender un producto, no solemos decirle al cliente que necesitamos la comisión, sino que lo que vendemos es lo mejor del mercado y que él, si lo compra, demostrará ser muy inteligente. Si necesitamos atención, no solemos decir: “necesito atención”, sino que tratamos de desplegar “encantos” para que nos miren, nos llamen, nos requieran. Si con este procedimiento conseguimos lo que buscamos, triunfamos doblemente: nos satisfacemos y no tenemos que demostrar que, en cierto modo, el “favor” lo hizo el otro.
El mecanismo de registrar las propias necesidades y luego pedir puede dejarnos en desventaja en un mundo en el que está bien visto conseguir lo que se necesita sin haberse mostrado necesitado. Nos suele dar confianza comprar en comercios que no dependen de nuestra compra, que nos asistan profesionales que tienen muchos otros clientes, consumir libros, ropa, actividades que ya otra gente haya aceptado. El mensaje de la publicidad no es: “cómpreme, necesito vender”, sino: “dese cuenta, usted me necesita para vivir mejor”. En este contexto es posible que la habilidad que adquiere el gordito del postre sea aplaudida, porque puede llevarlo a sobrevivir “mejor” en un ámbito en el que rigen estas reglas.
Si vemos este fenómeno en nuestras relaciones interpersonales, el hecho de no explicitar nuestros intereses, y tratarnos mutuamente como “objetos” para satisfacernos, es fuente de numerosas formas de dolor.
¿Qué pierde el gordito si en lugar de inventar el monstruo dice: “quiero un Royalino”? Quizás ya haya comido varios y le hayan dicho que él no puede comer más durante ese día. Allí viene su amigo el monstruo a salvarlo. ¿Qué pierde el muchacho si dice: “queremos salir solos y pensamos que podrías hacernos el favor de quedarte con los chicos”? Quizás siente que queda “debiendo una”, engrosando la cuenta de favores debidos. Aquí viene en auxilio su pretendida consideración hacia la “mamá” que se siente sola. En ambos casos la mamá, que demostró que puede simular creerse las mentiras, resulta sólo un instrumento para la satisfacción ajena. Cuando el chico tiene 3 años se siente “cómplice”, cuando tiene más de 20, se siente usada. Como los fenómenos comunicacionales no son lineales, podríamos también analizar que es lo que consigue el “engañado” a cambio de aceptar los engaños, y cómo se beneficia con este “negocio” en el que participa.
Seguramente a todos nos consta qué nos pasa cuando podemos ser sinceros, primero con nosotros mismos, atreviéndonos a registrar cómo nos sentimos y qué nos hace falta, y luego con algún otro, al que podemos expresárselo lo más claramente posible, y cómo nos calma si ese otro nos escucha, y en la medida de sus posibilidades nos ayuda a cambio de nada.
Aunque no podemos esperar que esto suceda en todas nuestras interacciones, creo que no vendría mal arriesgarnos a intentar actuar con la mayor genuinidad (¿existe esta palabra?) posible, antes de que sea demasiado tarde y el monstruo de dos cabezas de la manipulación se nos vuelva en contra y nos devore.





sábado, 11 de agosto de 2007

Doctor House: ¿Cruel o impecable?

Porque soy piadoso debo ser cruel
Hamlet a su madre Gertrudis

Ser aquí médico, ser aquí implacable, poner aquí el cuchillo, esto nos compete a nosotros, esto es nuestro modo de amar a los hombres…
Friedrich Nietzsche

El verdadero enemigo y la fuente de la miseria del hombre es la compasión por sí mismo. Sin cierto grado de com­pasión por sí mismo, el hombre no podría existir. Sin embargo, una vez que esa compasión se emplea, desa­rrolla su propio impulso y se transforma en importancia personal.

La impecabilidad es, simplemente, el mejor uso de nuestro nivel de energía. Naturalmente, requiere frugalidad, previsión, simplicidad, inocencia y, por sobre todas las cosas, requiere la ausencia de la imagen de sí.
Don Juan Matus- Carlos Castaneda

La atribución de significado a conductas de personajes de ficción conlleva varios peligros. Uno de ellos es el de caer en la interpretación, y creer que se sabe lo que los guionistas quisieron decir con lo que el personaje hace; otro peligro, que de alguna manera incluye al primero es otorgarle existencia real al protagonista de un relato y opinar acerca de lo que hace o dice, o peor , de lo que piensa cuando hace, o de lo que no dice pero podría decir, como si tuviera vida propia. En esto último temo caer, ya que para mí el Dr. House existe, y tengo que hacer un esfuerzo para pensar que en este mismo momento no está trabajando en un diagnóstico difícil o destapando un frasco de Vicodin. Un poco para aclarar desde que mirada voy a intentar estas ideas, y otro poco para no olvidarlo yo misma, voy a decir que sé que House es una creación de uno o más guionistas, y que sólo voy a tomar algunas de las conductas que se ven en la pantalla como disparador, o ejemplo para hablar sobre algunos aspectos de las relaciones humanas.
Creo que una primera mirada a las conductas de House puede mostrarlo como una persona cruel, con dificultades para relacionarse con los demás. Su entorno suele opinar que sus dificultades emocionales están relacionadas con su dolor físico y que su excelencia como médico lo convierte en una persona “inhumana”. No sé si esta es la mirada de los creadores del personaje, pero algunos espectadores coinciden con esta visión. House es eficaz pero insensible, y quizás si tuviera menos padecimiento, tomara menos analgésicos y no estuviera tan pendiente de la eficacia, sería una mejor persona. Me parece que el material que vemos en la serie, ofrece también la posibilidad de otras miradas.
En uno de los capítulos sucede que resulta necesario que una paciente sufra una alucinación para obtener datos para su diagnóstico. El disparador necesario para que la alucinación se produzca tiene que ser un fuerte dolor. House intenta provocarlo dándole un fuerte pinchazo en el dedo, pero la alucinación no aparece; prueba con un segundo pinchazo, pero tampoco tiene éxito. Entonces opta por quebrarle un dedo, con el consiguiente grito desgarrador, la alucinación que esta vez sí se produce, la posibilidad del diagnóstico, y por ende, la posterior curación. Sus compañeros, aterrados, le preguntan cómo puede ser tan cruel. House contesta que lo verdaderamente cruel allí fueron los dos primeros pinchazos, porque fueron inútiles. Me parece que esta escena puede usarse como claro ejemplo de la diferencia entre crueldad e impecabilidad. Una conducta “benevolente”, o “piadosa” del tipo: “no hagamos daño”, en este caso hubiera llevado a no salvar una vida. El reclamo de quienes ven esta conducta como inhumana, está basado en la lástima hacia el otro, que suele tener que ver con lástima hacia sí mismo por tener que presenciar el sufrimiento ajeno y con considerar a la “victima” como carente de recursos para soportar lo que le sucede.
En Comunicación Humana las conductas pueden evaluarse a partir del efecto que producen. Básicamente pueden tener un efecto restrictivo o un efecto bienhechor (*). No resulta fácil evaluar en lo inmediato cuál es el efecto producido por una acción, pero éste tiene más que ver con la forma, la intención y el estado de quien la lleva a cabo que con lo que hace: no siempre un beso es un acto amoroso, ni una firme “puesta de puntos” es necesariamente una muestra de violencia. Bajo el paraguas de la “buena onda” solemos proteger la falta de sinceridad, la autocompasión, el miedo por las reacciones de los otros, la atadura a los convencionalismos, las costumbres. Cuando, con una intención "perdonavidas", ocultamos o disfrazamos una verdad, continuamos en una relación “sin ganas”, decimos que “está todo bien” cuando en realidad estamos molestos, lejos de beneficiar a los demás, los desvitalizamos. Creo que cuando nos gana la “lástima”, que en realidad es autocompasión disfrazada, nos comportamos como fantasmas, actuamos “como sí” , le quitamos la fuerza a nuestros actos y no nos ayudamos mutuamente a crecer. Somos “buenos”, pero en nuestro propio beneficio. Elegimos sostener nuestra imagen. No tomamos el riesgo de que no nos quieran.
House “acecha” permanentemente a su mejor amigo, le aparta toda posibilidad de sobreadaptarse, le jaquea su tendencia a la complacencia. “Maltrata” todo el tiempo a su equipo, necesita a su lado gente despierta, capaz de producir decisiones vitales y de hacerse cargo de ellas. Si le dijo a alguien “tímido”, es el preaviso de un despido. Aconseja sobre cómo consultar o dar las peores noticias a los familiares de los enfermos: sin crear falsas expectativas, ni haciendo planteos pseudo democráticos, en los que poniendo las decisiones terapéuticas en manos de los allegados a alguien que sufre, se busca en realidad diluir la responsabilidad de quien tiene el conocimiento necesario para decidir. Las acciones “piadosas” de este tipo responden en realidad a la necesidad de quien las comete.
Creo que las actitudes bienhechoras son las que contribuyen a que nos vitalicemos mutuamente, y que si podemos dejar de lado la atocompasión, la inercia y la mentira, vale la pena que las intentemos.

(*) la clasificación de las conductas que intercambiamos los humanos en “restrictivo-agresivas” y “difusivo integradoras” pertenece al corpus hipotético de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos”, cuyo autor es Rubén León Makinistian
.

sábado, 4 de agosto de 2007

¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación? I

Me enredas con tu pañuelo
te enredo con mi silencio
Zamba y acuarela
Raly Barrionuevo




La palabra comunicación circula en los ámbitos mas variados, usada con distintos significados. Relacionada con la tecnología: medios masivos, celulares, Internet; referida a las relaciones interpersonales: la comunicación en la familia, en la pareja, en la empresa, etc. Solemos calificarla de buena o mala, mucha , poca o inexistente, considerando que comunicarnos es algo que podemos hacer, o no.
Desde el punto de vista de la disciplina llamada “Comunicación humana”, no hay nada que hagamos cuando estamos con otras personas que no sea comunicación. Como mamíferos que somos, cuando estamos acompañados, nos preocupa sobre todo: qué está pasando allí. Y el qué esta pasando tiene que ver con: ¿Me siento cómodo o amenazado? ¿Me siento aceptado o rechazado? ¿Me puedo confiar o tengo que cuidarme? Ya sea que estemos hablando “pavadas” para entretenernos o intercambiando discursos de una avanzada complejidad, la forma en que nos sintamos en términos de placer, comodidad, confianza, tendrá que ver con algo que estemos construyendo en conjunto con nuestro interlocutor, sin saber muy bien cuánto de qué pone cada uno, y ese algo está hecho bastante más de señales no verbales, miradas, distancias, tonos de voz , que de las palabras que estemos usando. Esta corroboración que hacemos se actualiza permanentemente: ¿y ahora que pasa? ¿y ahora? ¿continúa el buen clima? ¿cambió algo?. Es muy probable que no nos hagamos estas preguntas en forma explícita, pero si ponemos atención, podemos registrar señales físicas, instaladas en el cuerpo, que se corresponden con las señales que recibimos. Cuando nos encontramos con otra persona, pasan muchas cosas de forma vertiginosa, se cruzan miradas, palabras, sonidos, olores, otorgamos rápidamente significado a lo que nos decimos, respondemos con emisiones que están condicionadas por el clima que creamos entre los dos, por la historia que tenemos en conjunto, por el contexto en que estamos, y todo esto en una forma rápida y compleja. Pero por más complicado que esto parezca, en realidad entre nosotros sólo pueden pasar dos cosas: que peleemos , o que no peleemos. Desde el punto de vista de la Comunicación Humana, la mayor parte de las veces en que las personas se encuentran “luchan por la definición de la relación”. Las peleas no siempre se manifiestan con gritos e insultos, peleamos cuando exponemos nuestro punto de vista sólo para que sea aceptado, cuando nos olvidamos que el otro es “otro” y lo consideramos un instrumento para nuestro propio beneficio, cuando ocultamos nuestras verdaderas intenciones para sacar ventaja, cuando tratamos de “solucionarle la vida” a alguien aún en contra de su voluntad, cuando tratamos de convencerlo de algo, aunque sea amablemente. Decíamos que también podemos no pelear. Sucede cuando explicitamos nuestros deseos e intenciones, aunque no estemos de acuerdo con el otro, cuando nos escuchamos prestando atención, cuando no tratamos de imponernos.
Si la pelea no nos molesta, la cuestión es sencilla, porque la mayor parte de los encuentros que protagonizamos tienen grandes posibilidades de deslizarse hacia alguna de las múltiples formas de “lucha” que hemos sabido desarrollar.
Si en cambio preferimos estar la mayor parte del tiempo en climas de no-lucha, en un tipo de intercambio que también puede llamarse “juego”, “coexistencia en libertad”, “compañerismo” , puede ser que nos sea de alguna utilidad conocer algunas de las descripciones que los científicos que estudiaron el tema, hicieron acerca de este fenómeno. Con estos elementos podemos empezar a observarnos y tratar de ver, en principio, qué tiene que ver lo que nosotros hacemos con lo que nos sucede. ¿Es mucho trabajo? Si, es mucho trabajo….

sábado, 28 de julio de 2007

El arte de alcanzar la gracia

¿Hemos perdido la gracia? ¿Podemos volver a tenerla? ¿Alguna vez la tuvimos? Gregory Bateson, en su ensayo sobre el arte primitivo, dice: “Aldous Huxley solía decir que el problema central de la humanidad es la búsqueda de la gracia. Empleaba la palabra con el sentido con que, a su entender, se la utiliza en el Nuevo Testamento. Pero la explicaba con sus propios términos. Argüía, como Walt Whitman, que la comunicación y conducta de los animales posee una ingenuidad, una simplicidad, que el hombre perdió. La conducta del hombre está corrompida por el engaño –incluso el autoengaño- intencional y por la autoconciencia. Tal como Aldous veía las cosas, el hombre ha perdido la “gracia” que los animales aún conservan. A partir de esta contraposición, Aldous argumentaba que Dios se parece más al animal que al hombre: es idealmente incapaz de engañar e incapaz de confusión interna. Así pues en la escala total de los seres el hombre se encuentra desplazado lateralmente y carece de la gracia que los animales tienen y que tiene Dios.
Afirmo que el arte es una parte de la búsqueda de la gracia que lleva a cabo el hombre: algunas veces, su éxtasis y su éxito parcial; algunas veces su furor y su agonía en el fracaso. (…)
Sostendré que el problema de la gracia es fundamentalmente un problema de integración, y que lo que hay que integrar son las diversas partes de la mente, especialmente esos múltiples niveles, uno de cuyos extremos se llama “conciencia” y el otro “inconsciente”. Para alcanzar la gracia, las razones del corazón tienen que ser integradas con las razones de la razón. “
¿Cómo se da este fenómeno de la corrupción de la conducta del hombre por el autoengaño? En su libro: “El cuestionamiento de la familia”, Ronald Laing habla de las leyes que gobiernan nuestra experiencia. Dice que “nuestra experiencia es un producto formado de acuerdo con una receta, con un conjunto de reglas sobre qué distinciones debemos hacer, cuándo, dónde, respecto de qué. Continuamente llevamos a cabo operaciones entre distinciones ya establecidas, de acuerdo con reglas adicionales”.
No recordamos cómo experimentamos el mundo en nuestros primeros contactos, pero de alguna manera hemos aprendido a verlo como lo veían los adultos que nos rodearon. Aprendimos a percibir según
leyes naturales y sociales. Las leyes sociales están tan firmemente implantadas, que nos parecen naturales. Llegamos a convencernos que nuestro percibir, nuestra relación con lo que nos sucede es “propia”, que se produce en forma directa, sin mediación de operaciones que son las vigentes en nuestro entorno. Según Laing, trabajamos para “normalizar” nuestra experiencia mediante unas reglas que desconocemos: no solo desconocemos cuáles son sino que desconocemos que las usamos. Según el autor, el psicoanálisis engloba la mayoría de estas reglas bajo el nombre de “mecanismos de defensa”. Cuando un acontecimiento está eficientemente reprimido, por ejemplo, uno olvida haberlo olvidado. La represión no es una operación simple, dice Laing: “Olvidamos algo. Y olvidamos que lo hemos olvidado. Después de eso, y en lo que a nosotros concierne, no hay nada que hayamos olvidado”. Laing considera que la función principal de todas esas operaciones es lograr la producción y subsistencia de la experiencia que se desea, o al menos se tolera en la familia. Y concluye:
“Después de este holocausto casi total de la experiencia en el altar de la conformidad, es probable que nos sintamos algo vacíos.”
¿Tiene esto algo que ver con el “desplazamiento lateral” que sufre el hombre y que lo aparta de la gracia?. ¿ Es éste el costo de haber obtenido un producto “normal” a partir de la sustancia de nuestro yo originario?
Laing reflexiona que cuando sentimos ese “vacío” podemos tratar de llenarlo con artículos de consumo, dinero, prestigio, más un repertorio de distracciones permitidas u obligatorias, que sirven para distraernos de nuestra propia distracción. Si nos hallamos demasiado tensos, podemos recurrir a narcóticos, estimulantes, sedantes, tranquilizantes, que “nos depriman al punto de impedirnos comprender lo deprimidos que estamos” . Cuando la “lobotomía social normal” no funciona, se puede recurrrir a la “lobotomía química”.
Bateson afirma que la gracia se puede buscar a partir del arte, que puede ayudarnos a la integración de la razón y el corazón. Quizás el trabajo de reconocimiento o “recuerdo” de las reglas con las que nos “normalizamos”, para estar atentos a cuáles son los filtros con los que percibimos/actuamos, nos pueda llevar a formas de actuar cada vez más genuinas. Si este trabajo tuviera un resultado integrador de razón y corazón, podríamos decir que, cuando lo llevamos a cabo , estamos produciendo arte. Y como de arte se trata , creo que esto está mejor dicho en este poema de Manuel Cosgaya:
Ser yo en el principio
y hasta el final
y en el final.
Ser constantemente
la amenaza al que
no es yo y está en mí.
Ser una perspectiva
trazada a partir de
lo que es natural
y me obliga a no buscar
interminables estrategias
para que simplemente
brote una palabra.
Que esa palabra
reluzca como tal;
porque salió espontáneamente
de mi corazón.
Desalojar los inquilinos
de mi cuerpo
y permanecer sólo
con la casa y el dueño,
el hacha y su filo,
el sol y su brillo,
la luna y su poder.


viernes, 20 de julio de 2007

Todo el tiempo posible navegar en la altura...

Todo el tiempo posible navegar en la altura
sino la vida es dura porque sí

Estos versos de “Mi bandera” de Andrés Calamaro me producen un efecto parecido a la alegría, una sensación de acuerdo, esa que aparece cuando alguien talentoso y conocido dice algo que uno hubiera querido decir. En realidad no sé lo que Calamaro quiso decir con esto de “navegar en la altura”, y mi intención no es interpretarlo sino contar lo que me suscitó y a partir de aquí ya la responsabilidad es mía.
Cuando escuché: “todo el tiempo posible navegar en la altura” me acordé de este fragmento de Moby Dick, en el que Herman Melville habla de un fenómeno que creo que es del mismo orden. Una vez que el Pequod, el barco que salía a la caza de la ballena blanca, fue remolcado y estuvo fuera del muelle, se lanzó al Atlántico: “Encaró con toda la furia de la que era capaz las olas malignas y desafiantes en una de las noches más frías de invierno”. Y en ese momento, Ismael, el narrador y único sobreviviente del desastre final reflexiona: “El puerto es hospitalario y un reparo para toda orfandad; el puerto es misericordioso; en el puerto están la seguridad, la comodidad, el hogar, el alimento, las tibias mantas, los amigos, todo lo que nos es grato a los habitantes de este mundo. Pero en la tempestad, el puerto, la tierra es el peligro más cruel para la nave. La nave debe huir de toda familiaridad. Por eso la nave debe desplegar todas sus fuerzas y de hecho despliega todas sus velas para apartarse; al hacerlo, lucha contra los vientos que procuran llevarla hacia el hogar(…) se lanza tercamente hacia el peligro; encuentra consuelo solo en su peor enemigo!(…) ¿Puedes vislumbrar esta verdad intolerable para los mortales que todo pensamiento profundo y honrado no es sino el intrépido esfuerzo del alma para mantener la libre independencia de su mar, mientras que los desaforados vientos que habitan cielo y tierra conspiran para arrojarla contra la costa cobarde y traidora?”
Pienso en algunas frases que usamos cotidianamente en la costa “cobarde y traidora”:
- Y…ya aguanté tanto tiempo…
- No tengo ganas, pero…¿Cómo no voy a ir?
- Si le digo lo que pienso de el/ella…se arma…
- ¿Cómo no los vamos a invitar?
- Tengo que ser sociable para no quedarme solo
- Tengo que complacerlos para que me cuiden cuando sea vieja…
Y otras innumerables que cada uno conoce.
La vida “mar adentro” es dolorosa, pero tiene su recompensa: la parición de un pensamiento/hecho “profundo y honrado”, un actuar genuino. La vida en el puerto, en cambio, es dura “porque si”. El crecimiento trae dolor, pero el sostenimiento de lo viejo trae una consecuencia bastante menos fecunda: el sufrimiento.

viernes, 13 de julio de 2007

¿Porqué a mí?

Solemos asombrarnos cuando nos pasan algunas cosas que no esperábamos, sobre todo cuando se trata de cuestiones desagradables, claro. Nos preguntamos porqué en este momento, porqué a nosotros, o que hicimos para merecer tamaña injusticia. Pero no son pocas las veces en las que, con nuestras conductas, construimos los hechos que luego redundan en nuestro sufrimiento.
La ciencia ha trabajado para ayudarnos a ver la relación entre lo que nos pasa hoy y lo que hicimos o venimos haciendo.
La teoría de sistemas, por ejemplo, habla del fenómeno que se produce cuando existe una diferencia de tiempo entre los hechos y sus consecuencias: "En los sistemas, debemos esperar que haya un desfase entre la causa y el efecto (...)lo que hacemos en el presente afectará nuestras vidas en el futuro, cuando se manifiesten las consecuencias. Si no podemos ver la relación, puede que echemos la culpa a la situación presente, cuando en realidad las raíces se encuentran en nuestras acciones pasadas. Lo que hacemos hoy conforma nuestro futuro".(1)
Entre el insulto que profiero y la cara de odio que recibo a cambio, hay apenas un instante, y es muy posible que, si estoy atento, logre relacionarlos, pero nos resulta más difícil ver los resultados a largo plazo de una suma de acciones cotidianas.
Veo a mi vecino en pantuflas abriendo mi heladera y no recuerdo aquella vez en que le dije: “hace de cuenta que estas en tu casa”.
Desesperada en un café me lamento por la impuntualidad de mi compañero y no recuerdo las innumerables veces que le dije: “la próxima vez me voy” y no lo cumplí.
Y no habría inconveniente en alojar al vecino inoportuno si así lo quisiéramos ni en quedar permanentemente “de seña” con alguien si así lo decidimos, pero suele pasarnos que no sólo sufrimos la incomodidad o el sufrimiento que nos generan la actitud del vecino cofianzudo o el compañero impuntual, sino que no tenemos la menor idea de que estuvimos mostrando conductas que propiciaron que esto sucediera.
Cuando nos cansamos de las dos clases de respuestas que solemos tener, como aguantar con bronca o reclamar inútilmente, decidimos “hacer algo”, y buscamos recetas que sirvan para cambiar a los que nos perjudican, sin ver que todo el tiempo estábamos “haciendo algo” para permitir que nos perjudicaran. Si encaramos un nuevo camino con la ceguera que implica la imposibilidad de establecer relaciones entre lo que nos sucede y nuestra contribución a que sucediera, muy probablemente nos espere otra frustración.
Todas nuestras conductas son mensajes y si podemos observarnos quizás lleguemos a darnos cuenta de qué estamos diciendo con lo que hacemos y qué estamos aceptando con lo que decimos o lo que no decimos.
Ya que vivimos permanentemente echando a rodar acciones /mensajes en el “laberinto de efectos y causas”(2) en el que vivimos y no podemos evitar encontrarnos a cada paso con las consecuencias de nuestros hechos, sería importante poder reconocer los hechos como propios y hacernos cargo de ellos.
Ya que no podemos sino elegir, y la mayoría de las veces nos resulta difícil saber qué tenemos que hacer, al menos resultaría aliviador saber qué es lo que estamos haciendo.


(1) O' Connor Joseph-McDermott Ian. Introducción al pensamiento sistémico. Ediciones Urano. Barcelona, España.1998.
(1) Borges, Jorge Luis. Otro poema de los dones. El otro, el mismo.(1964). Obras Completas. Emecé editores. Buenos Aires.1974.

lunes, 9 de julio de 2007

¿Para que remas?...Si es un velero

Es que confiamos en la razón…:ella nos da satisfacciones,
nos da seguridades, nos da certidumbres…Pensando parece
imposible que quepan comprensiones que no nos sean
provistas por la razón; aunque , bien pensado, en ocasiones
aparece en nosotros la comprensión de que sí hay comprensiones
que no nos son provistas por la razón…y es cuando recurrimos
a explicar, con la razón, que se trata de la intuición.
Intuición que impresiona estar operando sin cesar,
incluso proveyendo a la razón de elementos para su tarea.
Razón e intuición: hemisferios instrumentales
con los que vos y yo nos percatamos: de que estamos vivos y
de cómo lo estamos.
Intuición y razón: hemisferios instrumentales
con los que vos y yo, empujados contra las cuerdas
que circunscriben al ring, nos debatimos
por responder al para qué estamos vivos,
que nos atropella,
como una pregunta( más o menos explícita)
de rigurosa imperatividad.

Poema 2 (frag.) Espacios y silencios. Rubén León Makinistian.




El título “¿Para que remás? Si es un velero…” está inspirado-copiado de una frase del libro “La conspiración de Acuario” de Marilyn Ferguson. En el texto la expresión hace alusión al nuevo paradigma en la educación, que a decir de la autora, deberá procurar “educar al cerebro entero”, un hemisferio derecho "para innovar, para sentir, para imaginar, para prever” y un hemisferio izquierdo “para comprobar, para analizar y para apoyar el nuevo orden de cosas en conceptos y estructuras adecuadas”. “Si tenemos suerte”, dice, “la educación puede encargarse de fomentar un tipo de conciencia de mayor riqueza y fluidez. Nuestras escuelas pueden dejar gradualmente de seguir empeñándose en mover nuestros veleros a fuerza de remos”.
Las siguientes reflexiones, que se encuentran también en “La conspiración de Acuario”, abundan sobre la relación entre razón e intuición:
“El diccionario define la intuición como “percepción rápida de la verdad sin que medie atención o razonamiento consciente”, como “conocimiento brotado del interior”, como “conocimiento o sentimiento instintivo asociado con una visión clara y concentrada”. La palabra deriva, muy adecuadamente del latín intuere “mirar adentro”. No debe extrañarnos que la mente lineal no haga caso de esa forma instantánea de sentir. Después de todo, sus procesos no pueden rastrearse linealmente, por lo que resultan sospechosos. Y provienen de la mitad muda del cerebro, que es fundamentalmente incapaz de hablar. El hemisferio derecho es incapaz de verbalizar lo que sabe; sus símbolos, imágenes o metáforas necesitan ser reconocidos y reformulados por el hemisferio izquierdo, para que su información pueda ser reconocida en su totalidad. Antes de contar con la evidencia de la validez de esa forma de conocimiento demostrada en los laboratorios, y con algún atisbo de los procesos no lineales, le resultaba muy duro a nuestro yo lineal el aceptarlos, y mucho más el confiar en ellos. Hoy sabemos que derivan de un sistema cuya capacidad de almacenamiento , su grado de interconexión y su velocidad humillan los esfuerzos de comprensión de los más brillantes investigadores.
Existe la tendencia a pensar en la intuición como algo separado del intelecto. Con mayor precisión podríamos afirmar que la intuición acompaña al intelecto. Todo cuando alguna vez hemos “imaginado” queda también registrado y es accesible. Esos dominios más amplios de nuestro saber conocen todo lo que sabemos con nuestra conciencia ordinaria –y muchísimo más-. Como sostiene el psicólogo Eugene Gendlin, esa dimensión, a la que solíamos dar el nombre de inconsciente, no es algo infantil, regresivo ni ensoñador, sino que es mucho mas listo que “nosotros”. Si a veces sus mensajes son enmarañados, es culpa del receptor, no del emisor. “


sábado, 7 de julio de 2007

¿A qué estamos jugando?

Sé quien vigile los peligros que me acechan,
mientras estoy siendo el que, como centinela
apostado frente a tu puerta, vigilo para intentar
impedir que te enredes en la adherencia
de los peligros que te acechan...
Volvamos nuestra atención sobre esto último:
ya que probablamente no haya hecho que descuelle
más, más elevado, más eminente,
en la vida,
que el de cuidarnos mutuamente.
Frag. Poema 10. Espacios y Silencios. Rubén León Makinistian.



“Tres reyes mandan en el poker y no significan nada en el truco”, dice Jorge Luis Borges en “El arte de injuriar” (1) , analizando “los métodos del escarnio” y sorprendiéndose por el hecho de que hasta el oprobio tenga un alfabeto convencional: “ El burlador procede con desvelo, efectivamente, pero con el desvelo de un tahur que admite las ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas bicéfalas”.
En cada una de nuestras interacciones aceptamos a la vez los límites y las posibilidades de un mazo cuyas cartas quizás no conozcamos, pero sabemos usar.
Nuestras conductas constituyen mensajes que adquieren su significación sólo dentro del contexto en el que transcurren. Para Gregory Bateson “el contexto puede considerarse como un término colectivo que engloba todos aquellos acontecimientos que dicen al organismo entre qué conjuntos de alternativas debe efectuar su próxima elección” (2). Las alternativas entre las que podemos elegir, las cartas de que disponemos para jugar y las reglas para jugarlas, que son factores condicionantes de lo que digamos y de cómo lo digamos, son también posibilitadoras de la construcción de sentido en las interacciones. Estas alternativas son también limitadoras y posibilitadoras de la forma en que lo que decimos o no decimos es recibido por nuestros interlocutores.
Algunos de los marcos que contribuyen a determinar qué decimos ,a quién se lo decimos y en qué circunstancias lo hacemos son:
La cultura a la que pertenecemos: “los significados que asignamos a los aspectos del mundo son una construcción de la realidad aprendida en la socialización dentro de cierta comunidad de lenguaje”. (3)
La lengua en la que hablamos: la percepción del mundo nos viene programada por nuestra lengua materna. “Vemos el mundo entre las mallas de ese filtro hecho por el hombre; proyectamos sobre el mundo de los fenómenos las relaciones que hemos aprendido a observar entre las partes del habla; interpretamos lo que está ocurriendo en términos de una lógica de causa y efecto que está inserta en nuestra gramática”. (4)
Las reglas internas de los sistemas que integramos: los humanos nos agrupamos formando sistemas, complejos de elementos en interacción. Dentro de estos sistemas (familias, equipos de trabajos, grupos de amigos), existen pautas, explicitadas o no, que determinan los comportamientos de sus miembros. Dentro de estos sistemas la información no circula entre sus integrantes de forma aleatoria. Algunas cuestiones se informan a ciertas personas y no a otras, o no se dan a conocer a cierto miembro hasta que no estan en conocimiento de otro. En algunas familias existen datos que circulan entre hermanos y no se hacen saber a los padres, o es siempre uno de los padres el que informa al otro acerca de cuestiones relativas a los hijos y no lo hacen éstos directamente, y la transgresión a alguna de estas pautas puede vivirse dentro del sistema como una traición.
Las historias relacionales que compartimos: las conductas que mostramos dentro de cada una de las relaciones que establecemos, son seleccionadas de acuerdo a las normas dictadas por nuestra historia común. No somos los mismos en todas nuestros vínculos, sino que nos comportamos de una forma particular dentro de cada uno de ellos. Según el corpus hipotético de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos”, cada una de nuestras conductas son aportes cognitivos en las relaciones. Las “proposiciones cognitivas” de los integrantes de un sistema humano se amalgaman o alían en una integral consensuada que constituye el “esquema cognitivo”. “ (...) Puede afirmarse que el “esquema cognitivo” legisla el vínculo; esto es, que en él están registrados, genérica o específicamente, los permisos y las prohibiciones o abstenciones, o, digamos, lo que puede demandarse y lo que no es requerible (...)” (5) .



(1) Borges, Jorge Luis. Historia de la eternidad. Obras completas 1923-1972. Buenos Aires, Argentina, Emecé Editores,1974
(2) Bateson,Gregory, Pasos hacia una ecología de la mente, Barcelona, España, Planeta-Carlos Lohlé, 1976
(3) M.L. De Fleur, y S. Ball-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas, Barcelona, España, Paidós Comunicación, 1982
(4) J. Samuel Bois, The Art of Awareness: A Text Book of General Semantics and Epistemics. Citado en: M.L. De Fleur, y S. Ball-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas, Barcelona, España, Paidós Comunicación, 1982.
(5) Makinistian, Rubén L., El “esquema cognitivo” en el libro Notas a conceptos de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos” (1996-1997), Rosario, Santa Fe, Argentina, 1997

martes, 3 de julio de 2007

¿En que consiste ser bueno?

Ocurre que a mí me es frecuente
tener que pasar por experiencias como ésta,
en la que nos relacionamos dos,
uno que pide consuelo y otro que trata de ayudar,
y a mí, que soy el que por lo general
pide consuelo, nunca me ha sido de demasiado valor
el que me consolasen.
Poema 3
Espacios y Silencios. Rubén Makinistian
Solemos pensar en la bondad como una virtud y creer que existe una cierta clase de personas, que poseen esta virtud, a las que podemos llamar buenas. Las personas "buenas", entonces , serían aquellas que detentan cualidades tales como la nobleza, la mansedumbre, la inofensividad, la tolerancia. Sin embargo , a muchos de nosotros nos constará que habiéndonos comportado con la intención de ser buenos, tratando de ejercer esas cualidades, en algunas ocasiones, hemos logrado efectos muy diferentes a los deseados, lo que puede habernos llevado a sacar conclusiones tales como: "es inútil, no se puede ser bueno" o "yo seguiré siendo bueno aunque los demás no sepan valorarlo".
Reflexionando acerca de mis fracasos en la intención de ser buena, encuentro que me molesta interactuar con otros mostrando conductas que pueden hacerme aparecer como áspera, severa o poco amistosa. En las ocasiones en las que no muestro mi disconformidad o disgusto, no lo hago como una actitud de cuidado hacia los otros, sino para evitar comportarme de forma poco elegante o graciosa. Mostrarme mortificada, necesitada, contar acerca de mi malestar: pedir, me lleva a perder la gracia.
Y , ¿qué pierdo cuando pierdo la gracia? Creo que pierdo la ilusión de poseer, como si fuera un capital, una cierta cantidad de reconocimiento que, en algún momento, podría resultarme útil. Relacionando poseer con poder (de poli: amo, dueño), puedo observar que paradójicamente, lo que esta acumulación podría aportarme, es cierta facultad para manipular los resultados de nuevos encuentros, para así seguir sosteniendo una imagen de elegancia. Este poder acumulado en el ejercicio repetido de conductas regaladoras, entonces , me resultaría útil para esconderme. Así, el hecho de demostrar una actitud complaciente para caer en gracia, estaría más relacionado con la disimulación de mi estar necesitada que con una actitud que, mostrando mi necesidad eventualmente resulte en asistencia o ayuda.
Me pregunto si el hecho de reconocer mi necesidad y expresarla, dejando de lado la ilusión de poder manipular el resultado de los encuentros, reconociendo al otro y dándole la posibilidad de suministrarme aquello que me permite sentirme asistida, no sería más generador de bondad que mi actitud de disimulación. Si el resultado de este intercambio fuera bienhechor, el rédito no sería atribuido a ninguna de las partes, ya que quien pide ayuda se reconoce necesitado y quien la suministra suele restablecer el equilibrio.
Podría pensarse entonces que quizás la bondad no sea , o no sea solamente, una virtud o una cualidad que puede ser ejercida, y que ser bueno podría consistir más en contribuir a la calidad de la interacción, al surgimiento de un clima comunicacional satisfactorio, que en sostener un cierto tipo de conductas (aplicables a cualquier circunstancia), consideradas como las propias de un ser humano virtuoso.

domingo, 1 de julio de 2007

¿Para qué estudiar cuestiones de comunicación?

Se puede estudiar comunicación, pero ¿ Se puede aprender a comunicarse estudiando comunicación? ¿Qué sería comunicarse? Y ¿Qué es lo que hay que aprender?. Yendo aún más atrás, ¿Para que debería alguien tomarse el tiempo y el esfuerzo para capacitarse en algo que resulta tan “natural”? ¿Estudian los peces como nadar? No, y mal no lo hacen; las burras paren bien, los pájaros emigran sin equivocarse nunca de dirección. ¿Y porque nosotros, los humanos, que nacemos , crecemos y morimos rodeados de otros humanos habríamos de estudiar para hacer algo que seguramente nacemos sabiendo?
La respuesta no debe ser fácil.
Quizás tenga que ver con que a diferencia de la perra que pare mejor que si hubiera hecho un curso de pre parto y cría a sus cachorros preparándolos para la vida con mas sabiduría que si la guiara un grupo interdisciplinario, los humanos aprendemos muy tempranamente lo que luego nos lleva la vida desaprender: la disimulación.
Muchas veces me pregunto ¿Cuál habrá sido la primera vez que disimulé? ¿Cuándo? No me acuerdo, claro, ¿habrá sido a los tres meses sonriendo sin demasiadas ganas para agradarle a mamá? . ¿En que momento me habré dado cuenta de que “me convenía” hacer algo distinto de lo que tenia ganas, o negar que necesitaba lo que necesitaba para no arriesgarme a no conseguirlo?
A diferencia de la burra, o la perra, nosotros, los humanos, tenemos lenguaje, lo que nos permite, como dijera Borges “simular la sabiduría”, y en realidad simular cualquier otra cosa : decir que nos gusta lo que no nos gusta o decir que no pasa nada cuando nos morimos de dolor. Esta operatoria que “sabiamente” hemos desarrollado es muy poco útil en la práctica porque como, aún modelados por el lenguaje, seguimos siendo mamíferos, necesitamos todo el tiempo saber “que esta pasando con el otro” y para saberlo no podemos evitar guiarnos más por lo que nos dicen las miradas, los gestos o las manos de nuestras compañías que por sus palabras. En realidad nos mentimos pero no nos engañamos.
O sea que hemos utilizado esa herramienta maravillosa que es la razón que podría servirnos para perfeccionar cada vez más las formas de conectarnos, para “sacar ventaja” disimulando lo que somos y lo que necesitamos. O quizás, yendo un poco más atrás: para calmar el miedo, escondiendo lo que somos y lo que necesitamos. Pero el resultado no es el esperado, ya que estamos “condenados” a resolver nuestras necesidades con otros, por lo que las corazas tan “sabiamente” construidas, en lugar de darnos seguridad nos dan más miedo, y más necesidad de disimular y…
Si un buen día, cansados de nuestro mundo cada vez más pequeño, nos da por parar el juego y comenzar a transitar un camino diferente, comienza el tremendo esfuerzo, no de aprender cosas nuevas, sino de tratar de desandar el viejo camino hecho de disimulaciones sobre disimulaciones para ver qué había detrás.
Pero ¿que tiene que ver esto con aprender alguna cosa sobre Comunicación Humana? Como descripción científica acerca de qué pasa cuando los humanos nos encontramos, la Comunicación Humana puede servirnos para explorar estas cuestiones y luego considerar cuáles formas de comportarnos pueden sernos dolorosas y cuales pueden aliviarnos el dolor.
Una constante tarea para aprender a saber qué necesitamos y cómo pedirlo.