viernes, 13 de julio de 2007

¿Porqué a mí?

Solemos asombrarnos cuando nos pasan algunas cosas que no esperábamos, sobre todo cuando se trata de cuestiones desagradables, claro. Nos preguntamos porqué en este momento, porqué a nosotros, o que hicimos para merecer tamaña injusticia. Pero no son pocas las veces en las que, con nuestras conductas, construimos los hechos que luego redundan en nuestro sufrimiento.
La ciencia ha trabajado para ayudarnos a ver la relación entre lo que nos pasa hoy y lo que hicimos o venimos haciendo.
La teoría de sistemas, por ejemplo, habla del fenómeno que se produce cuando existe una diferencia de tiempo entre los hechos y sus consecuencias: "En los sistemas, debemos esperar que haya un desfase entre la causa y el efecto (...)lo que hacemos en el presente afectará nuestras vidas en el futuro, cuando se manifiesten las consecuencias. Si no podemos ver la relación, puede que echemos la culpa a la situación presente, cuando en realidad las raíces se encuentran en nuestras acciones pasadas. Lo que hacemos hoy conforma nuestro futuro".(1)
Entre el insulto que profiero y la cara de odio que recibo a cambio, hay apenas un instante, y es muy posible que, si estoy atento, logre relacionarlos, pero nos resulta más difícil ver los resultados a largo plazo de una suma de acciones cotidianas.
Veo a mi vecino en pantuflas abriendo mi heladera y no recuerdo aquella vez en que le dije: “hace de cuenta que estas en tu casa”.
Desesperada en un café me lamento por la impuntualidad de mi compañero y no recuerdo las innumerables veces que le dije: “la próxima vez me voy” y no lo cumplí.
Y no habría inconveniente en alojar al vecino inoportuno si así lo quisiéramos ni en quedar permanentemente “de seña” con alguien si así lo decidimos, pero suele pasarnos que no sólo sufrimos la incomodidad o el sufrimiento que nos generan la actitud del vecino cofianzudo o el compañero impuntual, sino que no tenemos la menor idea de que estuvimos mostrando conductas que propiciaron que esto sucediera.
Cuando nos cansamos de las dos clases de respuestas que solemos tener, como aguantar con bronca o reclamar inútilmente, decidimos “hacer algo”, y buscamos recetas que sirvan para cambiar a los que nos perjudican, sin ver que todo el tiempo estábamos “haciendo algo” para permitir que nos perjudicaran. Si encaramos un nuevo camino con la ceguera que implica la imposibilidad de establecer relaciones entre lo que nos sucede y nuestra contribución a que sucediera, muy probablemente nos espere otra frustración.
Todas nuestras conductas son mensajes y si podemos observarnos quizás lleguemos a darnos cuenta de qué estamos diciendo con lo que hacemos y qué estamos aceptando con lo que decimos o lo que no decimos.
Ya que vivimos permanentemente echando a rodar acciones /mensajes en el “laberinto de efectos y causas”(2) en el que vivimos y no podemos evitar encontrarnos a cada paso con las consecuencias de nuestros hechos, sería importante poder reconocer los hechos como propios y hacernos cargo de ellos.
Ya que no podemos sino elegir, y la mayoría de las veces nos resulta difícil saber qué tenemos que hacer, al menos resultaría aliviador saber qué es lo que estamos haciendo.


(1) O' Connor Joseph-McDermott Ian. Introducción al pensamiento sistémico. Ediciones Urano. Barcelona, España.1998.
(1) Borges, Jorge Luis. Otro poema de los dones. El otro, el mismo.(1964). Obras Completas. Emecé editores. Buenos Aires.1974.

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