lunes, 17 de septiembre de 2007

"Vos siempre cambiando, ya no cambias más"

“Algo cambió…
todo sigue igual que ayer”
Oski Righi. Bersuit Vergarabat

“No hay que pescar dos veces con la misma red”
Charly García

"Estamos viviendo en la era del cambio del cambio"
Marilyn Ferguson



Los humanos cambiamos permanentemente, cada una de las experiencias que vivimos, por insignificante que parezca, nos modifica. Pero así como no podemos parar de cambiar, tampoco podemos cambiar puntualmente lo que queremos, cuanto y cuando queremos. No podemos evitar que deje de parecernos graciosa la persona que más nos fascinaba, y no podremos hacer nada para que vuelva a fascinarnos. Pero puede que nos propongamos firmemente empezar a comer menos, o a enojarnos menos, o a estudiar más… y nos aparezca un fluido repertorio de rebeldías que boicotean nuestras mejores intenciones.
Y es que parece que por una “perversa” ley cibernética, para mantener el equilibrio en los sistemas, existe una relación entre cambio y estabilidad que hace que, a veces, cuanto más cambian las cosas más iguales a sí mismas permanezcan.
Algo de esto parece sucederle al protagonista de esta letra del Cuarteto de Nos:

“Ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua
ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa.
Ya creí en los marcianos, ya fui ovo lacto vegetariano. Sano.
Fui quieto y fui gitano, ya estuve tranqui y estuve hasta las manos.
Hice el curso de mitología pero de mi los dioses se reían.
Orfebrería lo salvé raspando y ritmología aquí la estoy aplicando.
Ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué.
Ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fuí, ya volví, ya fingí, ya mentí.
Y entre tantas falsedades muchas de mis mentiras ya son verdades,
hice fácil adversidades, y me compliqué en las nimiedades.
Y oigo una voz que dice con razón
"Vos siempre cambiando, ya no cambiás más"
y yo estoy cada vez más igual.
Ya no sé qué hacer conmigo”.

Pero ante esta sensación de “no sé qué hacer conmigo”, ayuda pensar que es posible salir del “más de lo mismo”.
En “La Conspiración de Acuario”, Marilyn Ferguson habla de nuestras maneras de cambiar, y distingue cuatro formas en las que pueden cambiar nuestras mentes cuando reciben información nueva.
El cambio por excepción en el que el antiguo sistema de creencias permanece intacto, pero nos autoriza a admitir un puñado de anomalías: “Yo tengo razón, salvo…”
El cambio paulatino que sucede de a poco, sin que el individuo se dé cuenta de haber cambiado: “yo casi tenía razón, pero ahora tengo razón”.
El cambio pendular, que constituye el abandono de un sistema cerrado considerado como cierto por otro al que aferrarse con la misma fuerza: “Antes estaba equivocado, pero ahora tengo razón”.
Y el cambio de paradigma, o la verdadera transformación, que es la que permite integrar la información en una nueva forma o estructura: “Antes tenía razón en parte, ahora tengo razón en una parte algo mayor”. En este cambio nos damos cuenta de que nuestras concepciones eran sólo una parte del cuadro y que lo que ahora sabemos es sólo una parte de lo que sabremos más adelante. El cambio de paradigma no es un simple efecto lineal, es un cambio de patrones.
La idea de que las creencias a través de las que vemos el mundo pueden ser observadas e integradas en otras, al tiempo que nos habla de transitoriedad nos permite ser participantes activos de nuestras decisiones:

“Los tiempos que corren,
y en la medida en que he absorbido mi no permanencia,
son tiempos de resurrección,
de verídico liderazgo, de legítimo liderazgo
respecto de mi vivir que,
con tropezones o sin ellos,
ha cesado de ser el perpetuo vagabundeo distraído que era.
No permanecer es sinónimo de transitorio,
y es hacer que la vida, mirada en perspectiva,
aparezca como un collar: una piedra ( :un pensamiento,
un sentimiento, una emoción, un acontecimiento)
enhebrada, adjuntada a otra piedra ( :otro pensamiento,
otro sentimiento, otra emoción, otro acontecimiento),
todas imprescindibles… pero ninguna el collar mismo”.(*)

(*)Rubén León Makinistian- Espacios y silencios
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lunes, 3 de septiembre de 2007

¿Podemos hablar de los demás?


"Lo único que podemos hacer es dar testimonio cada uno sobre sí mismo. Todo lo demás es extralimitarnos en nuestras atribuciones. Todo lo demás es mentira".
Milan Kundera


Compartir información sobre otras personas y opinar acerca de esa información seguramente es posible, porque quien más quien menos, todos nos hemos encontrado mate de por medio “sacándole el cuero” a alguien, “arreglando la vida” de otros, comentando lo que hacen o lo que deberían hacer tales o cuales. Pero cuando hacemos estos comentarios, ¿es de los otros de quienes estamos hablando?
Tal como lo establecen los elementos fundamentales de la epistemología, para conocer debemos hacer una distinción y el acto de hacer esta distinción en sí mismo supone una preferencia. De acuerdo con este principio cualquier descripción nos dice tanto o más sobre el observador que sobre cualquier suceso que éste describe(*).
Si puedo ver que mi vecino gana mucho dinero, es porque el tema del dinero tiene importancia para mí, si me fijo en la figura de las demás personas, es porque la apariencia física me resulta algo importante. Hay innumerables aspectos de la vida de los demás en los que no reparo: son los que no me preocupan en mi propia vida.
Desde esta mirada entonces, aunque el sujeto de las oraciones que uso sea mi cuñada, lo que yo digo cuando critico, por ejemplo, su tendencia a cambiar de novio frecuentemente, estaría informando más acerca de mi modo de concebir las relaciones, acerca de mi estado en ese momento o tal vez acerca de mi escondida tendencia a la envidia que sobre los “desvíos morales” de la criticada.
Opinar sobre las acciones o preferencias de los demás, entonces, no hace sino mostrar nuestra propia forma de ver el mundo, pero ésta es una aclaración que no solemos hacer mientras tomamos a otro como tema. Quizás porque el hacerlo le quitaría al comentario su tono “complotante” que es lo que lo hace más sabroso.
Si le comento a mi amiga: “es curioso, pero últimamente en lugar de preocuparme por mis propias cuestiones, estoy atenta a la vida social de otras personas y estoy ocupando tiempo de mi vida a juzgar a alguien inútilmente, ¿qué puedo aprender de esto?”, muy probablemente la pobre tendrá que reprimir un bostezo, pero si le digo: “¿A que no sabés quién enganchó otro gil?”, le van a brillar los ojos, nos vamos a reír juntas, y por un momento nos vamos a sentir hermanadas.
Pero también es posible que esa complicidad que es innegablemente estimulante, me deje en el fondo el mal sabor de una sospecha: la de que así como se despelleja aquí a la famosa cuñada en su ausencia también puede despellejárseme a mí cuando sea yo la que no está.
La sensación de poder que sentimos mirando las acciones de otros con nuestros propios valores, se convierte en desazón si pensamos que los otros pueden aplicar su propio código a lo que nosotros hacemos.
¿De qué nos sirve saber que sólo podemos hablar de nosotros?
Si no nos suena como algo útil, probablemente no nos sirva para nada. Si sentimos que en algún punto la eterna charla sobre cómo vive el resto ya no nos alcanza, podemos comenzar a considerar en qué aspectos de la vida de los otros estamos poniendo la atención, qué tienen que ver esos aspectos con cuestiones nuestras, si se trata de cuestiones a resolver, cómo podríamos hacer para resolverlas…
Puede que al principio no resulte tan divertido como criticar a la cuñada, pero no tiene por qué ser una tarea exenta de humor; también podemos complotarnos con los amigos riéndonos de nosotros mismos y sin temor a ser cuereados a la salida.

(*) esta idea está tomada no textualmente del libro: "Estética del cambio", de Bradford P. Keeney. 1987. Paidos. Bs. As-Barcelona.