martes, 12 de febrero de 2008

Disculpe las molestias...estoy en construcción





Me declaro imperfecto/pateando la sombrilla/prefiero ser abierto/a pasearme anunciando/que soy la maravilla Silvio Rodriguez

No me pidas que no piense/en voz alta por mi bien/ni que me suba a un taburete/si quieres probaré a crecer Joan Manuel Serrat


No hablo del Mal cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito… Jorge Luis Borges





“Los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles”* Todos somos imperfectos, y lo sabemos, pero ¿Cómo influye esto que sabemos en nuestras conductas?
Solemos, aún con dificultades, reconocer que no puede esperarse que los niños “se conduzcan con propiedad”, porque “todavía están aprendiendo”, pero consideramos que a partir de cierta edad, debemos o deberíamos comportarnos como adultos. Cuando nos pedimos conductas adultas, nos referimos en general a la capacidad de demorar las gratificaciones (no nos tiramos encima de lo que deseamos, aunque nos estemos muriendo de ganas), a la posibilidad de reflexionar antes de actuar (no hacemos ni decimos lo primero que se nos cruza), a la actitud de sostener nuestros dichos, o cumplir nuestros compromisos. Pero, ¿A partir de qué momento de nuestras vidas pasamos a considerarnos graduados en estos temas?: ¿Luego de terminada la escuela?, ¿Después de pasada la adolescencia?, ¿Cuando nace nuestro primer hijo? Aunque no sepamos muy bien cuál es el hito en el pasaje al mundo adulto, cuál es “la edad de la razón” de la que tanto se habla, a partir de cierto momento se espera de nosotros que actuemos como adultos y se juzga nuestra adultez según unos parámetros que son sostenidos por consenso en el ámbito en el que vivimos.
Pero, ¿Hay un momento a partir del cual sólo nos caben conductas “maduras”? ¿Somos un modelo terminado o una obra en avance?
Si un humano se considera “completo”, los errores que comete no son pasos necesarios en el camino del crecimiento, sino definitivas muestras de defectos. La persona debería ser de una forma y es de otra, debería cumplir ciertos requisitos y no los cumple. Si quisiera mejorar, debería pedir perdón por no responder al modelo y esforzarse por rectificar su forma de ser.
Si en cambio concebimos la vida como un proceso de aprendizaje, en el que mediante la interacción con el medio y con otros humanos vamos cambiando constantemente, podemos considerar que siempre seremos aprendices. Desde esta visión, el “ir aprendiendo” no significa ir incorporando cada vez mejor algún modelo de “adultez” predeterminado, sino el ir logrando cada vez mayores niveles de coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Como no podemos sino capitalizar experiencias, esta coherencia va a ir necesariamente creciendo a lo largo de nuestras vidas, por lo que parece inevitable moriremos algo más sabios de lo que nacimos.
Por otra parte, si como dice William Blake, es quien desea y no actúa quien “engendra la plaga”, hacer el bien no es hacer sólo lo que se supone que corresponde, sino ser lo más fiel posible a los propios llamados. Estar “en construcción” no tendría que ver con estar yendo hacia el “sentar cabeza”, sino con estar cada vez más en contacto con nuestras necesidades.
El reconocimiento de quiénes estamos siendo, quiénes querríamos ser y que distancia hay entre uno y otro punto nos permitiría, al menos, ser cada vez más genuinos. Por añadidura, la certeza de que no podemos ejercer control total sobre nuestro comportamiento, que el manipularnos o violentarnos para hacer lo que creemos que tenemos que hacer no suele dar los resultados esperados, nos permitiría comprender que todos los humanos estamos en situación parecida y nos llevaría a desistir de intentar cambiar a los demás para que sean como nosotros queremos.
Si aplicáramos en la práctica esta idea de “persona en construcción”, quizás no nos veríamos en la necesidad de mostrarnos ante los demás como se supone que tenemos que ser vistos, con lo que podríamos evitar disimulos y justificaciones.
¿Qué pasaría si lleváramos en la frente una “barra de estado” como la que vemos en las pantallas de los equipos de computación, para ofrecer información acerca de qué es lo que puede esperarse de nosotros? La barra informaría acerca del estado del trabajo de crecer que estamos realizando. Si identificáramos en qué punto del indicador estamos, podríamos seguir trabajando desde allí evitando pérdidas de tiempo provocadas por las desilusiones.
Si fuera obvia y pública la medida de nuestro grado de coherencia perderíamos menos tiempo engañándonos y engañando a los demás acerca de para qué cuestiones nos “da el cuero” y para cuáles no.
De todos modos, con barra indicadora o sin ella, “del derecho y del revés, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto”:“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.**

Las flores de papel no se desarrollan
Las flores de papel no se desarrollan.
Al igual que los muñecos, que tampoco se desarrollan.
Unas y otros iconizan el logro;
las flores y el resto de los seres, iconizan lo posible.

Rubén León Makinistian



*Jorge Luis Borges
**Joan Manuel Serrat