viernes, 28 de marzo de 2008

“Cabeza” / “corazón”: un diálogo posible


¿En que sitio del entretejido de deseos,

que aparentan pertenecerme, y digo que son míos,

se aloja lo que yo llamo yo? Rubén León Makinistian


No somos dueños del corazón que se enamora de la persona equivocada, pero sí somos dueños
del dedo que la llama por teléfono
. Alejandro Dolina




¿Enojarse está mal? No siempre. Depende de cuando, con quién y cómo nos enojemos. En ciertas circunstancias, un grito puede ser eficaz, pero a veces nos queda la sensación de habernos enojado en el momento menos conveniente, con la persona equivocada, o de haber reaccionado
de la peor de las maneras. En esos momentos daríamos cualquier cosa por no haber dicho lo que dijimos, por no haber dado el portazo que dimos, o por no haber lastimado como
lastimamos. ¿Preocuparse está mal? No siempre. La preocupación puede ser sumamente útil cuando nos lleva a tener en cuenta qué cosas podrían salir mal y a ensayar posibles respuestas para esos casos. Quien no tomara en cuenta la posibilidad de complicaciones en relación a sus proyectos, podría resultar sorprendido con cuestiones que hubiera sido posible prever y solucionar a tiempo. Pero a veces, las preocupaciones parecen tomar vida propia y se convierten en una invasión de pensamientos ansiosos acerca de lo que nos preocupa. Partimos de una idea sobre un posible problema y de pronto nos encontramos imaginando las peores tragedias. Tratamos de razonar, pero la corriente “negra” nos arrastra. A veces nos parece que mientras estemos preocupados por alguien lo protegemos y que el sólo hecho de anticiparnos con el pensamiento a las horribles cosas que puedan sucederle, hará que no le sucedan.
¿Estar triste está mal? No necesariamente. La tristeza, el pesar, la melancolía, resultan útiles para sobrellevar una pérdida. Quienes estudian la fisiología de las emociones, aseguran que la pena produce una caída en la energía, un enlentecimiento del metabolismo que permiten que nos quedemos “quietos”, reflexionemos acerca de lo sucedido y planeemos nuevos cursos de acción. Pero a veces, parece que nos “encariñáramos” con esta sensación y la prolongáramos más de lo necesario. En esos momentos nos cerramos a la posibilidad de ayuda y rechazamos cualquier gesto de quienes tratan de darnos una mano.
¿Podemos hacer algo para que las emociones no nos manejen? Corrientemente, se suele pensar al humano como un ser racional, y los humanos solemos estar orgullosos de la facultad de la razón, que nos distingue de los animales; sin embargo, las emociones juegan un papel preponderante en nuestra conducta. Existe un entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción que constituye nuestro vivir, por lo que no nos sería posible “extirparnos” lo irracional que hay en nosotros y actuar como el razonamiento nos dicta, pero sí parece factible fomentar un diálogo inteligente entre la cabeza y el corazón.
Desde la “Inteligencia emocional”, por ejemplo, se habla de la posibilidad de alfabetizar nuestras emociones, aprendiendo a reconocerlas, distinguirlas y nombrarlas ( con los nombres de las distinciones que en nuestra cultura se hicieron para describirlas); entrenándonos en ver los vínculos existentes entre pensamientos, sentimientos y reacciones; analizar las consecuencias posibles de nuestros actos y aplicar todo esto a la hora de actuar.
Según el biólogo chileno Humberto Maturana, “
el ser humano puede realizar una mirada sobre su emocionar, puede reflexionar porque tiene el lenguaje”. Utilizando esta facultad nos es posible al menos ensayar formas de actuar que no nieguen ni desconfirmen estas perturbaciones que sentimos en el cuerpo, pero tampoco nos dejen a merced de “lo que sentimos” y nos lleven a actuar en una forma “espontaneísta”, que puede provocarnos y provocar sufrimiento innecesario.