jueves, 31 de julio de 2008

Es lo que hay

El reconocimiento de que algo es necesariamente como es origina una especie de libertad; una vez que se reconoce eso, se aprende cómo se debe actuar.

Gregory Bateson

Raptarnos,
cuando queremos irnos, pervierte nuestras sinceridades.


Andamos a la vanguardia cuando andamos con nosotros mismos,
y a la retaguardia cuando nos dejamos atrás.
Rubén León Makinistian

Cuando lo quieto se siente movido
todo cambia de sentido.
Silvio Rodriguez


La últimamente muy escuchada expresión: “es lo que hay”, suele provocarme al menos dos efectos diferentes, dependiendo de con qué sentido este siendo dicha.
Uno de esos efectos tiene que ver con una sensación de impotencia y desvitalización, y el otro con un sentimiento de entrega que permite la posterior expansión.
Cuando “es lo que hay” esta dicho como sinónimo de “mejor malo conocido que bueno por conocer”, solemos aplicarlo a situaciones como: “No nos llevamos bien, pero problemas tienen todas las parejas”; “no soporto mi trabajo, pero estoy hace tantos años…”,“siento que mis hijos me están usando, pero ¿en que familia no pasan estas cosas?”
En estos casos, “lo que hay” es pereza o miedo, manifestaciones del orgullo que nos llevan a usar nuestras energías en sostener lo que sentimos que no nos sirve. La situación es triste, pero está bajo control. Al fin y al cabo modificar lo que nos pasa es arriesgarnos a perder lo poco que tenemos, y en el fondo, sabemos que soportar nos trae algunas ventajas que no queremos arriesgarnos a perder. Cuando, escondidos tras el argumento de que no podemos decidir, decidimos elegir “lo que hay”, es muy probable que encontremos recompensas inmediatas. Así como quien busca nuevos caminos paga precios que van desde su propio desconocimiento hasta las múltiples formas de “advertencias” de quienes tiene cerca, quien decide no hacer olas se ve recompensado por una red de “contención” que lo ayuda a confirmarse en su tomar partido por lo que siente que ya no le conviene.
Cuando nos asociamos con los que nos premian por no cambiar formamos parte de una fuerza que intentará ejercer algún tipo de presión no sólo para que la “hermandad” no pierda ninguno de sus miembros, sino para que en lo posible se le agreguen nuevos integrantes. Aún sabiendo que lo que nos une es el espanto, nos dedicaremos a observar los perjuicios que sufren quienes toman riesgos, lo “solos” que se quedan los que se atreven a decir que no.
La forma vitalizadora del “es lo que hay” tiene que ver con un reconocimiento descriptivo de quiénes estamos siendo, o de los recursos con los que contamos, pero un reconocimiento que es usado para hacer más eficaz nuestro proceso de crecimiento.
Fantasear con cambios repentinos, sobreestimar nuestras fuerzas suele llevarnos a sentirnos frustrados por no poder responder al modelo que elegimos, a vernos repitiendo errores y a sentirnos incapaces y paralizados. Si, ante esta sensación, “entregamos” nuestras ideas caprichosas acerca de quienes deberíamos ser, y tratamos de sintonizar con nuestras reales posibilidades, puede que descubramos cuál esta siendo nuestra “medida”, y nos sintamos con nuevas fuerzas para continuar desde allí. En este caso el “es lo que hay” significa “soy el que soy”, y este que soy puede seguir con su trabajo.
Paradójicamente, cuando parece que aceptamos la situación que nos esta haciendo sentir miserables, en realidad nos estamos esforzando para sostenerla, y cuando decidimos trabajar para nuestro crecimiento, es cuando podemos “soltar” las ideas preconcebidas acerca de cómo hacerlo.
Refiriéndose a los sistemas sociales, en su “18 Brumario de Luis Bonaparte” Marx dice que “
los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”. Es en el diálogo entre las viejas formas y los nuevos ideales , donde se construyen las formas nuevas. En lo que a cada uno de los individuos se refiere, lo creativo que hay en nosotros se desarrolla a partir de la relación con los condicionamientos que traemos. Nacimos en un lugar determinado, con condiciones sociales determinadas, en una familia que nos “educó” de alguna manera, formamos parte de un sistema que nos “formatea” eso “es lo que hay”, pero también tenemos nuestro permanente anhelo de crecimiento, de desarrollo de nuestras potencialidades, nuestra necesidad de “desplegarnos”. Como dijera Jean Paul Sartre: "cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él". De la relación entre nuestras potencialidades y nuestros límites puede que suceda lo que tan bien describe Thomas Carlyle: “que cada uno llegue a ser aquello para lo que fue creado; que se expanda si es posible, hasta su máximo crecimiento; y que se muestre al fin en sus propias forma y estatura”.

lunes, 30 de junio de 2008

Ety-mología


En guaraní, ñeñé significa palabra y también significa alma.
Quien miente la palabra traiciona el alma.
Eduardo Galeano

Un hombre que cultiva su jardín como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
(….)
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
Jorge Luis Borges


¿De dónde viene el placer que provoca descubrir una etimología?
Consultemos el etimológico: Etimología procede del latin ety-mología ‘origen de una palabra’, y éste del griego etymología ‘sentido verdadero de una palabra’.
En principio parece que llegar al origen de algo no debe ser poca cosa. Origen: del latín origo, derivado de oriri ‘salir (los astros)’.
Acostumbrados como estamos a hablar “a la ligera”, porque de algún modo “mal que bien nos vamos entendiendo”, tomar contacto con ‘el sentido verdadero’ de una palabra, puede ser una experiencia fuerte que nos recuerde que nosotros podemos ir y venir chapuceando, tratando de forzarlas, de estirarlas, de cortarlas, pero que en algún lugar las palabras tienen un “sentido verdadero” y conocerlo puede significar comprobar que después de todo puede que exista un cierto orden.
Jugar con la etimología de las palabras, sobre todo con su origen indoeuropeo, más antiguo que el latín y el griego, nos permite además descubrir que ese orden nos habla no sólo del primer significado de las palabras sino también de la relación que existe entre ellas.
Ver la relación que existe entre unas palabras y otras nos descubre el relato original sobre el mundo.
Conocer por ejemplo que de la palabra “corazón” (del indoeuropeo kerd, del latín cor) derivan coraje, cordialidad, acuerdo, recuerdo, discordancia, nos habla de que el coraje esta originalmente ligado a nuestros aspectos emocionales más que a los racionales, de la misma forma que el recordar o acordar no están concebidos como operaciones llevadas a cabo sólo por el cerebro.
En su conferencia sobre la ceguera, Borges dice que cuando se estudia un idioma nuevo, cada una de las palabras resalta, es como si las palabras fueran talismanes. Todo eso es raro y todo se agradece. "Uno piensa en la belleza, en la fuerza de las palabras". Creo que se puede ensayar esta misma actitud hacia el idioma conocido.
Usar las palabras sin prestar atención a cómo se puede jugar con ellas, devela un andar soporoso por las instancias de nuestras vidas. De hecho, la poesía, la literatura, el chiste, refrescan permanentemente las posibilidades de juego de las palabras, con resultados vitalizadores, que siempre nos sacuden, despertándonos, sacándonos del automatismo. Por ejemplo en el chiste en el que un jardinero le dice a otro: “Charlemos mientras podamos”, nos causa gracia (de gratia ‘capacidad de algo para hacer reír’) la confusión de tipos lógicos provocada por los dos significados posibles de “podamos”, (como podar y como poder) y nos proporciona además la gracia (de gratia ‘don o favor’) de poder procesar una diferencia, o sea de aprender.
Algunas “no sospechadas etimologías” que pueden provocar alguno de estos efectos:
Pelear
: Originariamente agarrarse de los pelos (del latin pilus, ‘pelo’)
Adicto
: “lo no dicho” (del latin addictus, derivado de dicere ‘decir’)
Mirar
: maravillarse, asombrarse (del latín mirari), del indoeuropeo smei-ro-, que hace sonreír.
Pagar
: apaciguar (del latín pacare, ‘poner en paz’)
Adolescente
: que crece (del latín adolecere, ‘crecer’)
Texto, contexto
: derivan de tejer (del latin texere)
"El hombre que ni siquiera espera la muerte" del poema Alguien, de J.L.Borges, ese hombre que “ha aprendido a agradecer las modestas lismosnas de los días, como una no sospechada etimología,(…) un día puede sentir de pronto, al cruzar la calle, una misteriosa felicidad que no viene del lado de la esperanza sino de una antigua inocencia, de su propia raíz o de un dios disperso”. Quizás este sea el premio por tratar de mantenernos despiertos.


Las etimologías citadas fueron extraídas del diccionario: "Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Corominas" y de las notas al pie de los textos de la obra científica de Rubén León Makinistian.


sábado, 31 de mayo de 2008

Mi espacio sin fin



Mi amor es mi prenda encantada
es mi extensa morada
es mi espacio sin fin
Mi amor no precisa fronteras;
como la primavera
no prefiere jardín
Silvio Rodriguez




Según el biólogo Humberto Maturana, "el amor es la emoción que constituye las acciones de aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia; por lo tanto, amar es abrir un espacio de
interacciones recurrentes con otro en el que su presencia es legítima sin exigencias". Cuando
Maturana habla de "emociones", no se refiere a los sentimientos exaltados con que suele relacionarse al amar, sino al dominio de acciones en que un animal se mueve; no hay acción humana sin una emoción que la funde como tal.
Esta idea acerca del amor parece a la vez responsabilizante y aliviadora.
Por un lado, la aceptación del otro como legítimo otro no es una cuestión sencilla. Solemos ver a
los demás, sobre todo a quienes consideramos más cercanos, como instrumento para nuestro bienestar. Aceptar que las opiniones, las necesidades y los intereses de los que queremos son tan valiosos como los nuestros es fácil mientras esos intereses no los llevan a apartarse de nuestro control, pero la cuestión se complica cuando aparecen diferencias que pueden llevarnos a temer por nuestra "seguridad". También suele suceder que cuando "queremos" a alguien solemos vernos inclinados a hacer cosas "por su bien", y en muchas ocasiones, lo hacemos creyendo que sabemos qué es lo que les conviene a los otros mejor que ellos mismos.
Por otro lado, este concepto le quita a la noción de amor su connotación de cuestión exclusiva y
aplicable a unos pocos. Si es la aceptación sin exigencias lo que caracteriza a un acto amoroso,
tenemos muchas oportunidades al cabo del día de amar y ser amados. Está a nuestro alcance la
posibilidad de vivir interacciones "amorosas" con distintas personas y en distintas circunstancias. Claro que también queremos sentirnos "especiales". Dice Ronald Laing: "la mayoría de la gente en alguna época de su vida pugna por sentir, y sea que lo haya logrado o no en sus primeros años, que ocupa el primer lugar, si no es que el único, en cuando menos el mundo de una persona". Esto es algo que sucede; pero salvo en casos extraños como el de Salvador Dalí, quien decía que todo su mundo afectivo estaba ocupado por su esposa y musa Gala, es difícil que la consideración de una sola persona nos alcance para satisfacer nuestras necesidades de contacto humano. También nos resulta importante tener un núcleo de "seres queridos", personas a las que elegimos para compartir nuestras experiencias cotidianas. Pero ¿cuán amplio es el círculo de personas que nos interesan? ¿Qué pasaría si lo ampliáramos?.
Cada vez que interactuamos con alguien, conocido o desconocido, en un ámbito íntimo o público, lo que sucede allí es lo único que nos está sucediendo en ese momento. Estamos ahí y en ningun otro lugar, y depende de nosotros aprovechar o no la experiencia. Más allá de quién nos esté esperando en casa, o de cuantos teléfonos tengamos en nuestra agenda, el momento de saludar, conversar, trabajar o lo que sea que estemos haciendo con alguien, pertenece al tiempo que tenemos para vivir, y por lo tanto merece ser vivido con la misma calidad si lo compartimos con alguien con quien viajamos dos pisos en un ascensor o con el pariente más cercano. Allí estamos, siendo quienes estamos siendo en ese momento, frente a otro humano y sea cual sea el resultado del encuentro será para ambos una oportunidad de aprendizaje.
Es inevitable que tengamos "personas favoritas", pero creo que eso no significa que centremos
nuestra atención sólo en ellas.
¿Qué pasaría si extendiérmos nuestra área de interés a las personas en general? El interés no significa un derrame de "bondad" hacia todo el que se nos cruza, sino más bien una actitud de atención y presencia. Cuando no estamos prestando atención a quien tenemos delante, no es porque nos fuimos "con la cabeza" a un lugar mejor o más útil, sino más bien porque nos perdimos en un terreno de fantasías, ideas, autosugestiones; contrariamente a lo que puede parecer, cuando no prestamos atención los demás, tampoco nos estamos prestando atención a
nosotros mismos.
(*)
Si consideramos que los "momentos" interesantes pueden ocurrir sólo con nuestro "círculo de
allegados", y que cuando estamos con alguien que no es importante para nosotros, sólo se trata de "pasar el tiempo", estamos haciendo, por lo menos, un mal negocio.
Creo que Albert Einstein en su libro "Cómo veo el mundo", lo dijo mucho mejor: "Cada ser humano es parte de un todo que llamamos "universo"; una parte limitada en el tiempo y en el espacio. Por eso nos experimentamos a nosotros mismos, a nuestros pensamientos y sentimientos como algo separado del resto, en una especie de ilusión óptica de nuestra conciencia. Esta ilusión es como una prisión que nos reduce a deseos personales y a sentir afecto por unas pocas personas que nos rodean. Nuestra tarea es liberarnos de esta prisión ampliando nuestro círculo de compasión para que abarque a todas las criaturas vivas y a la naturaleza entera en su belleza".

(*) extraído no textualmente del poema 9 de "Espacios y Silencios" de Rubén León Makinistian

miércoles, 30 de abril de 2008

La esfera de la luna

Tengo buenas y malas noticias para vos:
La belleza es lo que te da felicidad. Indio Solari

Nuestro miedo más profundo no es el de ser inadecuados.
Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta. Nelson Mandela.


Lo que se ve de la verdad es su resplandor: la belleza. Alejandro Jodorovsky.





¿Qué es una excusa?. El diccionario de la Real Academia Española dice que "excusa" es: Motivo o pretexto que se invoca para eludir una obligación o disculpar una omisión. Este significado, así como el etimológico de esta palabra, relacionado con acusación de donde deriva excusación y de allí excusa , nos remite a la idea de disculpa, aplicable tanto a un motivo real como a uno simulado. En el habla cotidiana, la palabra excusa se usa con una connotación más cercana a la justificación y se aplica generalmente a los casos en los que el grado de veracidad de los motivos aducidos aparece por lo menos como dudoso. La equiparación entre motivo real y aparente que aparece en las definiciones de diccionario nos permite plantearnos la pregunta: ¿Cuando una excusa no es mentirosa, sirve para exculparnos totalmente por nuestra "falta"?
Supongamos que planeé hacer algo, o me comprometí a hacer algo y no cumplí. Mis motivos para no haberlo hecho pueden tener diferentes grados de justificación, pero lo importante es que no hice lo que dije que iba a hacer. Los grados de justificación tienen que ver con la mayor o menor sinceridad con la que elaboro el relato acerca de mi no cumplimiento, relato destinado a mí o a algún otro con quien me había comprometido. Ya sea para mi fuero íntimo o para los demás, tengo opciones que van desde la mentira más flagrante a la verdad más certificable y sin embargo todas ellas pueden ser consideradas como justificaciones relativas.
Me comprometí, por ejemplo, a concurrir a un encuentro con cualquier fin y no lo hice. Desde el extremo más "mentiroso" al más "justificable" puede haber sucedido que no concurriera sencillamente por no haber tenido ganas y luego alegara una enfermedad para disculparme por la ausencia, hasta el hecho de haber estado realmente enferma y haber alegado la verdad, y en ambos casos se trata de una situación de no cumplimiento de lo acordado. (Entre estos extremos podemos ubicar una amplia gama de inconvenientes dudosamente inevitables como problemas en el tránsito, cuestiones meteorológicas, etc.) No todas las excusas tienen el mismo grado de lesividad para con nuestra propia confianza o para la confianza que pudieran tenernos los demás, pero si lo que pretendemos es extraer de cada experiencia lo que tiene de útil para nuestro crecimiento, el planteo que más material de trabajo puede aportarnos es el análisis del hecho de que existió un incumplimiento y que allí hubo algún grado de elección de nuestra parte.
Un episodio de la Divina Comedia puede servirnos para pensar sobre este tema: cuando Dante llega por fin al Paraíso, ve con sorpresa que está constituido por varias esferas sucesivas tales que las últimas van disminuyendo jerárquicamente respecto de las primeras y van recibiendo el poder que emana desde arriba: "La gloria de aquel que todo mueve penetra el Universo y resplandece en una parte más y en otra menos" dice Dante, y agrega: "Ví claramente entonces cómo el cielo es todo Paraíso pero la gracia del sumo bien no llueve de igual modo". La esfera que está más alejada de Dios, la que menos luz recibe y más lentamente gira es la "esfera de la Luna". La esfera de la Luna forma parte del Paraíso, pero es "la más tarda esfera", es "bienaventurada en el más inferior grado". En esta esfera, Dante conoce a Piccarda, una bella muchacha que le cuenta que se encuentra allí por haber faltado a sus votos. Piccarda relata que en su juventud ingresó en un convento prometiendo seguir el camino de Santa Clara, pero fue raptada del claustro por orden de su hermano y obligada a casarse con un señor despótico y poderoso. No pudo cumplir su promesa porque una fuerza externa superior a ella se lo impidió y sin embargo no accedió a las esferas más altas del cielo. Piccarda explica: "nos ha sido dado este destino, que tan bajo parece, pues quebramos nuestros votos, que en parte fueron vanos".
Seguramente alcanzar el más alto de los cielos no es una motivación cotidiana para nuestros actos, pero este relato puede ser una buena metáfora para tratar la cuestión de las excusas: faltar a nuestros compromisos y luego mentir acerca de nuestros motivos puede llevarnos al Infierno; comprometernos y no cumplir por causas de "fuerza mayor", nos permitiría salvarnos, pero en un cielo apenas "de segunda".
No se si este mundo de distintos grados de infiernos y paraísos existe en algún otro plano, pero me consta que existe aquí, en el ámbito de nuestras relaciones con nosotros y con los que nos rodean. He dado y he recibido excusas mentirosas, me consta la sensación espantosa de sentir que me estan mintiendo y no decir nada y la sensación más desagradable aún de ver la expresión de quien se siente engañado por mí y no lo dice. Situaciones en las que sabemos que nos estamos negando y elegimos disimular y hacer como que nos creemos.
También me constan momentos de paraísos de máxima sinceridad, en los que ni yo ni los otros nos sentimos perfectos, quizás ni siquiera nos sentimos haciendo lo correcto, pero elegimos mostrarnos como estamos siendo, "autodenunciarnos" en nuestro verdadero estado y aceptar lo que nos está pasando. A esos paraísos aspiro aunque no puedan darse frecuentemente.
Podemos elegir creer que nuestros incumplimientos están justificados por motivos de peso, pero a partir del desarrollo de los nuevos paradigmas de concepción del mundo, que nos llevan a concebirnos como administradores de nuestros recursos internos y externos, se relativiza la posibilidad de vernos, como dice Marilyn Ferguson en La Conspiración de Acuario, "como víctimas o como peones". Cada vez nos resulta más difícil considerarnos limitados por condiciones o condicionamientos, y considerar como venido de afuera a aquello que nos sucede y que impide que hagamos lo que prometimos . No se trata de juzgar nuestras conductas para "clavarnos puñales", sino de observarnos para conocer algo más sobre nuestras necesidades e intereses, los patrones que nos "formatean" y las formas de funcionamiento de nuestro sistema de creencias, con la consiguiente posibilidad de ampliar nuestra visión.
Puede que, en lugar del alivio transitorio que puede proporcionarnos una autodisculpa que sospechamos inmerecida, esta alternativa nos ofrezca como premio la posibilidad de ir acercándonos a la "belleza que nos da felicidad" o "la luz que nos permita ser poderosos sin asustarnos" o, en suma, de caminar hacia las esferas más altas.


Aire y luz y tiempo y espacio

Charles Bukowsky

ya sabes, la familia, el trabajo,
siempre ha habido algo
en mi camino
pero ahora
he vendido mi casa, he encontrado este
sitio, un estudio grande, tienes que ver que espacio y
qué luz.
por primera vez en mi vida voy a tener un sitio y tiempo para
crear.

no, nene, si vas a crear
crearás aunque trabajes
16 horas diarias en una mina de carbón
o
crearás en un cuarto pequeño con 3 niños
mientras que no cobras más que
el paro.
crearás como parte de tu mente y de tu
cuerpo
destrozados.
crearás ciego
mutilado
demente,
crearás con un gato subiéndote por la espalda mientras
la ciudad entera se estremece ante un terremoto, un bombardeo,
una inundación, un incendio.

nene, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con la creación y no crean nada
más que, quizás, una vida mas larga para
encontrar nuevas
excusas para no hacerlo.


viernes, 28 de marzo de 2008

“Cabeza” / “corazón”: un diálogo posible


¿En que sitio del entretejido de deseos,

que aparentan pertenecerme, y digo que son míos,

se aloja lo que yo llamo yo? Rubén León Makinistian


No somos dueños del corazón que se enamora de la persona equivocada, pero sí somos dueños
del dedo que la llama por teléfono
. Alejandro Dolina




¿Enojarse está mal? No siempre. Depende de cuando, con quién y cómo nos enojemos. En ciertas circunstancias, un grito puede ser eficaz, pero a veces nos queda la sensación de habernos enojado en el momento menos conveniente, con la persona equivocada, o de haber reaccionado
de la peor de las maneras. En esos momentos daríamos cualquier cosa por no haber dicho lo que dijimos, por no haber dado el portazo que dimos, o por no haber lastimado como
lastimamos. ¿Preocuparse está mal? No siempre. La preocupación puede ser sumamente útil cuando nos lleva a tener en cuenta qué cosas podrían salir mal y a ensayar posibles respuestas para esos casos. Quien no tomara en cuenta la posibilidad de complicaciones en relación a sus proyectos, podría resultar sorprendido con cuestiones que hubiera sido posible prever y solucionar a tiempo. Pero a veces, las preocupaciones parecen tomar vida propia y se convierten en una invasión de pensamientos ansiosos acerca de lo que nos preocupa. Partimos de una idea sobre un posible problema y de pronto nos encontramos imaginando las peores tragedias. Tratamos de razonar, pero la corriente “negra” nos arrastra. A veces nos parece que mientras estemos preocupados por alguien lo protegemos y que el sólo hecho de anticiparnos con el pensamiento a las horribles cosas que puedan sucederle, hará que no le sucedan.
¿Estar triste está mal? No necesariamente. La tristeza, el pesar, la melancolía, resultan útiles para sobrellevar una pérdida. Quienes estudian la fisiología de las emociones, aseguran que la pena produce una caída en la energía, un enlentecimiento del metabolismo que permiten que nos quedemos “quietos”, reflexionemos acerca de lo sucedido y planeemos nuevos cursos de acción. Pero a veces, parece que nos “encariñáramos” con esta sensación y la prolongáramos más de lo necesario. En esos momentos nos cerramos a la posibilidad de ayuda y rechazamos cualquier gesto de quienes tratan de darnos una mano.
¿Podemos hacer algo para que las emociones no nos manejen? Corrientemente, se suele pensar al humano como un ser racional, y los humanos solemos estar orgullosos de la facultad de la razón, que nos distingue de los animales; sin embargo, las emociones juegan un papel preponderante en nuestra conducta. Existe un entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción que constituye nuestro vivir, por lo que no nos sería posible “extirparnos” lo irracional que hay en nosotros y actuar como el razonamiento nos dicta, pero sí parece factible fomentar un diálogo inteligente entre la cabeza y el corazón.
Desde la “Inteligencia emocional”, por ejemplo, se habla de la posibilidad de alfabetizar nuestras emociones, aprendiendo a reconocerlas, distinguirlas y nombrarlas ( con los nombres de las distinciones que en nuestra cultura se hicieron para describirlas); entrenándonos en ver los vínculos existentes entre pensamientos, sentimientos y reacciones; analizar las consecuencias posibles de nuestros actos y aplicar todo esto a la hora de actuar.
Según el biólogo chileno Humberto Maturana, “
el ser humano puede realizar una mirada sobre su emocionar, puede reflexionar porque tiene el lenguaje”. Utilizando esta facultad nos es posible al menos ensayar formas de actuar que no nieguen ni desconfirmen estas perturbaciones que sentimos en el cuerpo, pero tampoco nos dejen a merced de “lo que sentimos” y nos lleven a actuar en una forma “espontaneísta”, que puede provocarnos y provocar sufrimiento innecesario.

martes, 12 de febrero de 2008

Disculpe las molestias...estoy en construcción





Me declaro imperfecto/pateando la sombrilla/prefiero ser abierto/a pasearme anunciando/que soy la maravilla Silvio Rodriguez

No me pidas que no piense/en voz alta por mi bien/ni que me suba a un taburete/si quieres probaré a crecer Joan Manuel Serrat


No hablo del Mal cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito… Jorge Luis Borges





“Los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles”* Todos somos imperfectos, y lo sabemos, pero ¿Cómo influye esto que sabemos en nuestras conductas?
Solemos, aún con dificultades, reconocer que no puede esperarse que los niños “se conduzcan con propiedad”, porque “todavía están aprendiendo”, pero consideramos que a partir de cierta edad, debemos o deberíamos comportarnos como adultos. Cuando nos pedimos conductas adultas, nos referimos en general a la capacidad de demorar las gratificaciones (no nos tiramos encima de lo que deseamos, aunque nos estemos muriendo de ganas), a la posibilidad de reflexionar antes de actuar (no hacemos ni decimos lo primero que se nos cruza), a la actitud de sostener nuestros dichos, o cumplir nuestros compromisos. Pero, ¿A partir de qué momento de nuestras vidas pasamos a considerarnos graduados en estos temas?: ¿Luego de terminada la escuela?, ¿Después de pasada la adolescencia?, ¿Cuando nace nuestro primer hijo? Aunque no sepamos muy bien cuál es el hito en el pasaje al mundo adulto, cuál es “la edad de la razón” de la que tanto se habla, a partir de cierto momento se espera de nosotros que actuemos como adultos y se juzga nuestra adultez según unos parámetros que son sostenidos por consenso en el ámbito en el que vivimos.
Pero, ¿Hay un momento a partir del cual sólo nos caben conductas “maduras”? ¿Somos un modelo terminado o una obra en avance?
Si un humano se considera “completo”, los errores que comete no son pasos necesarios en el camino del crecimiento, sino definitivas muestras de defectos. La persona debería ser de una forma y es de otra, debería cumplir ciertos requisitos y no los cumple. Si quisiera mejorar, debería pedir perdón por no responder al modelo y esforzarse por rectificar su forma de ser.
Si en cambio concebimos la vida como un proceso de aprendizaje, en el que mediante la interacción con el medio y con otros humanos vamos cambiando constantemente, podemos considerar que siempre seremos aprendices. Desde esta visión, el “ir aprendiendo” no significa ir incorporando cada vez mejor algún modelo de “adultez” predeterminado, sino el ir logrando cada vez mayores niveles de coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Como no podemos sino capitalizar experiencias, esta coherencia va a ir necesariamente creciendo a lo largo de nuestras vidas, por lo que parece inevitable moriremos algo más sabios de lo que nacimos.
Por otra parte, si como dice William Blake, es quien desea y no actúa quien “engendra la plaga”, hacer el bien no es hacer sólo lo que se supone que corresponde, sino ser lo más fiel posible a los propios llamados. Estar “en construcción” no tendría que ver con estar yendo hacia el “sentar cabeza”, sino con estar cada vez más en contacto con nuestras necesidades.
El reconocimiento de quiénes estamos siendo, quiénes querríamos ser y que distancia hay entre uno y otro punto nos permitiría, al menos, ser cada vez más genuinos. Por añadidura, la certeza de que no podemos ejercer control total sobre nuestro comportamiento, que el manipularnos o violentarnos para hacer lo que creemos que tenemos que hacer no suele dar los resultados esperados, nos permitiría comprender que todos los humanos estamos en situación parecida y nos llevaría a desistir de intentar cambiar a los demás para que sean como nosotros queremos.
Si aplicáramos en la práctica esta idea de “persona en construcción”, quizás no nos veríamos en la necesidad de mostrarnos ante los demás como se supone que tenemos que ser vistos, con lo que podríamos evitar disimulos y justificaciones.
¿Qué pasaría si lleváramos en la frente una “barra de estado” como la que vemos en las pantallas de los equipos de computación, para ofrecer información acerca de qué es lo que puede esperarse de nosotros? La barra informaría acerca del estado del trabajo de crecer que estamos realizando. Si identificáramos en qué punto del indicador estamos, podríamos seguir trabajando desde allí evitando pérdidas de tiempo provocadas por las desilusiones.
Si fuera obvia y pública la medida de nuestro grado de coherencia perderíamos menos tiempo engañándonos y engañando a los demás acerca de para qué cuestiones nos “da el cuero” y para cuáles no.
De todos modos, con barra indicadora o sin ella, “del derecho y del revés, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto”:“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.**

Las flores de papel no se desarrollan
Las flores de papel no se desarrollan.
Al igual que los muñecos, que tampoco se desarrollan.
Unas y otros iconizan el logro;
las flores y el resto de los seres, iconizan lo posible.

Rubén León Makinistian



*Jorge Luis Borges
**Joan Manuel Serrat

domingo, 6 de enero de 2008

No se lo digas a nadie...

La única prisa es la del corazón,
la única ofensa es tener testigos.
Silvio Rodriguez


Para tratar asuntos del corazón o de la soledad, al hombre no le gusta el mucho auditorio, le gustan los dos amigos. Si hay diez , hay ocho que sobran y además, la cosa inteligente y de buen tacto, esos ocho saben que sobran y liando su cigarrillo, se van a la puerta sabiendo que ese hombre quiere decir cosas a sus dos amigos y no a sus diez amigos, porque no es audición, es confidencia.
Atahualpa Yupanqui






Parece que no hay forma más rápida de difundir un secreto que pedir a quien se le confía: “no se lo digas a nadie”. Cuando violamos un secreto que nos fue confiado cometemos claramente una infidencia, pero quizás el concepto de infidencia pueda ser utilizado con un alcance más amplio. Cuando alguien nos cuenta algún suceso que considera importante en su vida, ¿es necesario que nos diga: “es un secreto” para que lo consideremos información confidencial? Cuando conocemos instancias de la vida de alguna persona sin que ésta nos las haya confiado personalmente, ¿tenemos libertad para difundirlas?
Si nos enteramos por ejemplo de que alguien conocido tiene una enfermedad terminal , o ha sido víctima de una traición, o tiene un serio inconveniente de dinero, ¿corresponde que lo contemos? ¿podemos contarlo a algunas personas y a otras no? Y si la información que tenemos no es tan importante, ¿tenemos mayor libertad para difundirla?
En una ocasión, alguien que acababa de recibir un diagnóstico médico muy adverso, me dijo con gran pesar que una de las cosas que más le dolía era pensar que de allí en adelante algunas personas iban a usar como tema de conversación su deterioro físico, hablando de ella con lástima. “En realidad van a estar hablando de su propio miedo -me dijo- pero no lo van a aclarar”. Tuve que coincidir con ella y pude imaginarme sin demasiado esfuerzo diálogos en los que alguna gente, creyendo hablar de lo que le estaba pasando a mi amiga hablaría en realidad de su propia forma de tomar la noticia, sin tener la menor idea del significado que para ella tenía cada uno de los momentos que estaba viviendo. Algunos de ellos quizás pensarían que comentar acerca del tema era una forma de solidarizarse con la “víctima”. Pensé en las veces en las que livianamente había hecho comentarios de ese estilo acerca de otras personas, sin reparar en que, aún indirectamente, podía estar perjudicándolas.
En esta como en muchos otras cuestiones, no creo que existan las tablas de la verdad que contengan especificaciones acerca de cuáles temas son difundibles y cuales no, y en qué circunstancias hacerlo o evitarlo. Pero si dudamos acerca de la conveniencia de contar algo, puede ser de utilidad hacerse algunas preguntas. Por ejemplo:
¿Para qué contaría aquí y a esta gente lo que sé de alguien que está ausente?
A esa persona ¿le convendría que esto se supiera?
Si el protagonista estuviera viendo la escena ¿qué efecto le provocaría mi relato?
Si yo fuera el afectado, ¿Me gustaría que esto se estuviera contando?
Creo que si nos respondiéramos sinceramente estas preguntas serían muy pocas las conversaciones que tendríamos acerca de temas inherentes a otras personas. Seguramente no nos quedarían además ganas de “tirar de la lengua ” de nadie para obtener mayor información aunque mas no fuera para ahorrarnos el trabajo de reflexión posterior.
Si lo vemos desde el punto de vista de la privacidad, y siendo que somos tan aficionados a la protección de la propiedad privada, también podría ayudarnos el tomar los datos de la vida de cada persona como suyos, pensar que le pertenecen sólo a ella y concebir su difusión como una forma de robo.
Quizás sintamos que el hecho de tener alguna novedad, o saber algo que los demás no saben y ser quien lo difunde nos de cierta sensación de poder, pero tomando en cuenta que, digamos lo que digamos, no nos es posible hablar sino de nosotros mismos(*), los datos que difundimos acerca de otras personas dicen más acerca del grado de confianza que se puede tener en nosotros que sobre lo que les sucede a terceros.
Si aún indagándonos acerca de la conveniencia o no de hablar, seguimos dudando, podemos utilizar el sabio precepto: “ante la duda abstenerse”, y tratar de concebir que, aunque no haya habido un claro pedido al respecto, cada dato que nos llega acerca de la vida de otras personas lleva, en principio, un mandato implícito que dice: “no se lo digas a nadie.”



(*) Ver el artículo “¿Podemos hablar de los demás?" en este mismo blog.