domingo, 26 de agosto de 2007

El monstruo de dos cabezas


“Recusar y seducir son formas de avasallar”
R.L.Makinistian

El gordito mira a la mamá y le dice: “el monstruo que vive debajo de mi cama quiere un Royalino”. La mamá, cómplice, contesta: “ah, ¿el monstruo que vive debajo de tu cama?”, abre la heladera y le da un postrecito. El enano, como envalentonado por el triunfo de su trampa, redobla la apuesta: “no, el monstruo tiene dos cabezas” y el nuevo triunfo no se hace esperar: recibe el segundo postre. La escena despierta cierta ternura ante la picardía de un casi bebé de un metro de altura que despliega sus recursos para conseguir un dulce sin pedirlo directamente. Pero ¿qué es lo que nos causa gracia?
Si el protagonista de la escena fuera un muchacho 20 años más grande, casi 1 metro más alto y 50 kg. más pesado que dijera por ejemplo: “te traemos los chicos para que te hagan compañía”, ¿nos haría el mismo efecto? Seguramente en lugar de ternura sentiríamos una sensación por lo menos de duda: ¿el único objetivo de traerme los chicos será que yo esté acompañada?
Suponiendo que la verdadera intención de la pareja que ofrece los niños sea salir tranquilos y solos, si la “mamá” acepta sin contar acerca de su duda, el muchacho recibirá el mismo premio que a los 3 años y demostrará que conserva su habilidad para conseguir las cosas sin pedirlas. Probablemente la “mamá” transcurrirá la tarde en un estado en el que alternará su bienestar por estar con sus nietos con una sensación de haber sido usada que no sabe si confirmar o apartar de su cabeza.
La habilidad de conseguir las cosas sin pedirlas suele estar bastante premiada en nuestra vida corriente. Si tenemos que vender un producto, no solemos decirle al cliente que necesitamos la comisión, sino que lo que vendemos es lo mejor del mercado y que él, si lo compra, demostrará ser muy inteligente. Si necesitamos atención, no solemos decir: “necesito atención”, sino que tratamos de desplegar “encantos” para que nos miren, nos llamen, nos requieran. Si con este procedimiento conseguimos lo que buscamos, triunfamos doblemente: nos satisfacemos y no tenemos que demostrar que, en cierto modo, el “favor” lo hizo el otro.
El mecanismo de registrar las propias necesidades y luego pedir puede dejarnos en desventaja en un mundo en el que está bien visto conseguir lo que se necesita sin haberse mostrado necesitado. Nos suele dar confianza comprar en comercios que no dependen de nuestra compra, que nos asistan profesionales que tienen muchos otros clientes, consumir libros, ropa, actividades que ya otra gente haya aceptado. El mensaje de la publicidad no es: “cómpreme, necesito vender”, sino: “dese cuenta, usted me necesita para vivir mejor”. En este contexto es posible que la habilidad que adquiere el gordito del postre sea aplaudida, porque puede llevarlo a sobrevivir “mejor” en un ámbito en el que rigen estas reglas.
Si vemos este fenómeno en nuestras relaciones interpersonales, el hecho de no explicitar nuestros intereses, y tratarnos mutuamente como “objetos” para satisfacernos, es fuente de numerosas formas de dolor.
¿Qué pierde el gordito si en lugar de inventar el monstruo dice: “quiero un Royalino”? Quizás ya haya comido varios y le hayan dicho que él no puede comer más durante ese día. Allí viene su amigo el monstruo a salvarlo. ¿Qué pierde el muchacho si dice: “queremos salir solos y pensamos que podrías hacernos el favor de quedarte con los chicos”? Quizás siente que queda “debiendo una”, engrosando la cuenta de favores debidos. Aquí viene en auxilio su pretendida consideración hacia la “mamá” que se siente sola. En ambos casos la mamá, que demostró que puede simular creerse las mentiras, resulta sólo un instrumento para la satisfacción ajena. Cuando el chico tiene 3 años se siente “cómplice”, cuando tiene más de 20, se siente usada. Como los fenómenos comunicacionales no son lineales, podríamos también analizar que es lo que consigue el “engañado” a cambio de aceptar los engaños, y cómo se beneficia con este “negocio” en el que participa.
Seguramente a todos nos consta qué nos pasa cuando podemos ser sinceros, primero con nosotros mismos, atreviéndonos a registrar cómo nos sentimos y qué nos hace falta, y luego con algún otro, al que podemos expresárselo lo más claramente posible, y cómo nos calma si ese otro nos escucha, y en la medida de sus posibilidades nos ayuda a cambio de nada.
Aunque no podemos esperar que esto suceda en todas nuestras interacciones, creo que no vendría mal arriesgarnos a intentar actuar con la mayor genuinidad (¿existe esta palabra?) posible, antes de que sea demasiado tarde y el monstruo de dos cabezas de la manipulación se nos vuelva en contra y nos devore.





sábado, 11 de agosto de 2007

Doctor House: ¿Cruel o impecable?

Porque soy piadoso debo ser cruel
Hamlet a su madre Gertrudis

Ser aquí médico, ser aquí implacable, poner aquí el cuchillo, esto nos compete a nosotros, esto es nuestro modo de amar a los hombres…
Friedrich Nietzsche

El verdadero enemigo y la fuente de la miseria del hombre es la compasión por sí mismo. Sin cierto grado de com­pasión por sí mismo, el hombre no podría existir. Sin embargo, una vez que esa compasión se emplea, desa­rrolla su propio impulso y se transforma en importancia personal.

La impecabilidad es, simplemente, el mejor uso de nuestro nivel de energía. Naturalmente, requiere frugalidad, previsión, simplicidad, inocencia y, por sobre todas las cosas, requiere la ausencia de la imagen de sí.
Don Juan Matus- Carlos Castaneda

La atribución de significado a conductas de personajes de ficción conlleva varios peligros. Uno de ellos es el de caer en la interpretación, y creer que se sabe lo que los guionistas quisieron decir con lo que el personaje hace; otro peligro, que de alguna manera incluye al primero es otorgarle existencia real al protagonista de un relato y opinar acerca de lo que hace o dice, o peor , de lo que piensa cuando hace, o de lo que no dice pero podría decir, como si tuviera vida propia. En esto último temo caer, ya que para mí el Dr. House existe, y tengo que hacer un esfuerzo para pensar que en este mismo momento no está trabajando en un diagnóstico difícil o destapando un frasco de Vicodin. Un poco para aclarar desde que mirada voy a intentar estas ideas, y otro poco para no olvidarlo yo misma, voy a decir que sé que House es una creación de uno o más guionistas, y que sólo voy a tomar algunas de las conductas que se ven en la pantalla como disparador, o ejemplo para hablar sobre algunos aspectos de las relaciones humanas.
Creo que una primera mirada a las conductas de House puede mostrarlo como una persona cruel, con dificultades para relacionarse con los demás. Su entorno suele opinar que sus dificultades emocionales están relacionadas con su dolor físico y que su excelencia como médico lo convierte en una persona “inhumana”. No sé si esta es la mirada de los creadores del personaje, pero algunos espectadores coinciden con esta visión. House es eficaz pero insensible, y quizás si tuviera menos padecimiento, tomara menos analgésicos y no estuviera tan pendiente de la eficacia, sería una mejor persona. Me parece que el material que vemos en la serie, ofrece también la posibilidad de otras miradas.
En uno de los capítulos sucede que resulta necesario que una paciente sufra una alucinación para obtener datos para su diagnóstico. El disparador necesario para que la alucinación se produzca tiene que ser un fuerte dolor. House intenta provocarlo dándole un fuerte pinchazo en el dedo, pero la alucinación no aparece; prueba con un segundo pinchazo, pero tampoco tiene éxito. Entonces opta por quebrarle un dedo, con el consiguiente grito desgarrador, la alucinación que esta vez sí se produce, la posibilidad del diagnóstico, y por ende, la posterior curación. Sus compañeros, aterrados, le preguntan cómo puede ser tan cruel. House contesta que lo verdaderamente cruel allí fueron los dos primeros pinchazos, porque fueron inútiles. Me parece que esta escena puede usarse como claro ejemplo de la diferencia entre crueldad e impecabilidad. Una conducta “benevolente”, o “piadosa” del tipo: “no hagamos daño”, en este caso hubiera llevado a no salvar una vida. El reclamo de quienes ven esta conducta como inhumana, está basado en la lástima hacia el otro, que suele tener que ver con lástima hacia sí mismo por tener que presenciar el sufrimiento ajeno y con considerar a la “victima” como carente de recursos para soportar lo que le sucede.
En Comunicación Humana las conductas pueden evaluarse a partir del efecto que producen. Básicamente pueden tener un efecto restrictivo o un efecto bienhechor (*). No resulta fácil evaluar en lo inmediato cuál es el efecto producido por una acción, pero éste tiene más que ver con la forma, la intención y el estado de quien la lleva a cabo que con lo que hace: no siempre un beso es un acto amoroso, ni una firme “puesta de puntos” es necesariamente una muestra de violencia. Bajo el paraguas de la “buena onda” solemos proteger la falta de sinceridad, la autocompasión, el miedo por las reacciones de los otros, la atadura a los convencionalismos, las costumbres. Cuando, con una intención "perdonavidas", ocultamos o disfrazamos una verdad, continuamos en una relación “sin ganas”, decimos que “está todo bien” cuando en realidad estamos molestos, lejos de beneficiar a los demás, los desvitalizamos. Creo que cuando nos gana la “lástima”, que en realidad es autocompasión disfrazada, nos comportamos como fantasmas, actuamos “como sí” , le quitamos la fuerza a nuestros actos y no nos ayudamos mutuamente a crecer. Somos “buenos”, pero en nuestro propio beneficio. Elegimos sostener nuestra imagen. No tomamos el riesgo de que no nos quieran.
House “acecha” permanentemente a su mejor amigo, le aparta toda posibilidad de sobreadaptarse, le jaquea su tendencia a la complacencia. “Maltrata” todo el tiempo a su equipo, necesita a su lado gente despierta, capaz de producir decisiones vitales y de hacerse cargo de ellas. Si le dijo a alguien “tímido”, es el preaviso de un despido. Aconseja sobre cómo consultar o dar las peores noticias a los familiares de los enfermos: sin crear falsas expectativas, ni haciendo planteos pseudo democráticos, en los que poniendo las decisiones terapéuticas en manos de los allegados a alguien que sufre, se busca en realidad diluir la responsabilidad de quien tiene el conocimiento necesario para decidir. Las acciones “piadosas” de este tipo responden en realidad a la necesidad de quien las comete.
Creo que las actitudes bienhechoras son las que contribuyen a que nos vitalicemos mutuamente, y que si podemos dejar de lado la atocompasión, la inercia y la mentira, vale la pena que las intentemos.

(*) la clasificación de las conductas que intercambiamos los humanos en “restrictivo-agresivas” y “difusivo integradoras” pertenece al corpus hipotético de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos”, cuyo autor es Rubén León Makinistian
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sábado, 4 de agosto de 2007

¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación? I

Me enredas con tu pañuelo
te enredo con mi silencio
Zamba y acuarela
Raly Barrionuevo




La palabra comunicación circula en los ámbitos mas variados, usada con distintos significados. Relacionada con la tecnología: medios masivos, celulares, Internet; referida a las relaciones interpersonales: la comunicación en la familia, en la pareja, en la empresa, etc. Solemos calificarla de buena o mala, mucha , poca o inexistente, considerando que comunicarnos es algo que podemos hacer, o no.
Desde el punto de vista de la disciplina llamada “Comunicación humana”, no hay nada que hagamos cuando estamos con otras personas que no sea comunicación. Como mamíferos que somos, cuando estamos acompañados, nos preocupa sobre todo: qué está pasando allí. Y el qué esta pasando tiene que ver con: ¿Me siento cómodo o amenazado? ¿Me siento aceptado o rechazado? ¿Me puedo confiar o tengo que cuidarme? Ya sea que estemos hablando “pavadas” para entretenernos o intercambiando discursos de una avanzada complejidad, la forma en que nos sintamos en términos de placer, comodidad, confianza, tendrá que ver con algo que estemos construyendo en conjunto con nuestro interlocutor, sin saber muy bien cuánto de qué pone cada uno, y ese algo está hecho bastante más de señales no verbales, miradas, distancias, tonos de voz , que de las palabras que estemos usando. Esta corroboración que hacemos se actualiza permanentemente: ¿y ahora que pasa? ¿y ahora? ¿continúa el buen clima? ¿cambió algo?. Es muy probable que no nos hagamos estas preguntas en forma explícita, pero si ponemos atención, podemos registrar señales físicas, instaladas en el cuerpo, que se corresponden con las señales que recibimos. Cuando nos encontramos con otra persona, pasan muchas cosas de forma vertiginosa, se cruzan miradas, palabras, sonidos, olores, otorgamos rápidamente significado a lo que nos decimos, respondemos con emisiones que están condicionadas por el clima que creamos entre los dos, por la historia que tenemos en conjunto, por el contexto en que estamos, y todo esto en una forma rápida y compleja. Pero por más complicado que esto parezca, en realidad entre nosotros sólo pueden pasar dos cosas: que peleemos , o que no peleemos. Desde el punto de vista de la Comunicación Humana, la mayor parte de las veces en que las personas se encuentran “luchan por la definición de la relación”. Las peleas no siempre se manifiestan con gritos e insultos, peleamos cuando exponemos nuestro punto de vista sólo para que sea aceptado, cuando nos olvidamos que el otro es “otro” y lo consideramos un instrumento para nuestro propio beneficio, cuando ocultamos nuestras verdaderas intenciones para sacar ventaja, cuando tratamos de “solucionarle la vida” a alguien aún en contra de su voluntad, cuando tratamos de convencerlo de algo, aunque sea amablemente. Decíamos que también podemos no pelear. Sucede cuando explicitamos nuestros deseos e intenciones, aunque no estemos de acuerdo con el otro, cuando nos escuchamos prestando atención, cuando no tratamos de imponernos.
Si la pelea no nos molesta, la cuestión es sencilla, porque la mayor parte de los encuentros que protagonizamos tienen grandes posibilidades de deslizarse hacia alguna de las múltiples formas de “lucha” que hemos sabido desarrollar.
Si en cambio preferimos estar la mayor parte del tiempo en climas de no-lucha, en un tipo de intercambio que también puede llamarse “juego”, “coexistencia en libertad”, “compañerismo” , puede ser que nos sea de alguna utilidad conocer algunas de las descripciones que los científicos que estudiaron el tema, hicieron acerca de este fenómeno. Con estos elementos podemos empezar a observarnos y tratar de ver, en principio, qué tiene que ver lo que nosotros hacemos con lo que nos sucede. ¿Es mucho trabajo? Si, es mucho trabajo….