sábado, 28 de julio de 2007

El arte de alcanzar la gracia

¿Hemos perdido la gracia? ¿Podemos volver a tenerla? ¿Alguna vez la tuvimos? Gregory Bateson, en su ensayo sobre el arte primitivo, dice: “Aldous Huxley solía decir que el problema central de la humanidad es la búsqueda de la gracia. Empleaba la palabra con el sentido con que, a su entender, se la utiliza en el Nuevo Testamento. Pero la explicaba con sus propios términos. Argüía, como Walt Whitman, que la comunicación y conducta de los animales posee una ingenuidad, una simplicidad, que el hombre perdió. La conducta del hombre está corrompida por el engaño –incluso el autoengaño- intencional y por la autoconciencia. Tal como Aldous veía las cosas, el hombre ha perdido la “gracia” que los animales aún conservan. A partir de esta contraposición, Aldous argumentaba que Dios se parece más al animal que al hombre: es idealmente incapaz de engañar e incapaz de confusión interna. Así pues en la escala total de los seres el hombre se encuentra desplazado lateralmente y carece de la gracia que los animales tienen y que tiene Dios.
Afirmo que el arte es una parte de la búsqueda de la gracia que lleva a cabo el hombre: algunas veces, su éxtasis y su éxito parcial; algunas veces su furor y su agonía en el fracaso. (…)
Sostendré que el problema de la gracia es fundamentalmente un problema de integración, y que lo que hay que integrar son las diversas partes de la mente, especialmente esos múltiples niveles, uno de cuyos extremos se llama “conciencia” y el otro “inconsciente”. Para alcanzar la gracia, las razones del corazón tienen que ser integradas con las razones de la razón. “
¿Cómo se da este fenómeno de la corrupción de la conducta del hombre por el autoengaño? En su libro: “El cuestionamiento de la familia”, Ronald Laing habla de las leyes que gobiernan nuestra experiencia. Dice que “nuestra experiencia es un producto formado de acuerdo con una receta, con un conjunto de reglas sobre qué distinciones debemos hacer, cuándo, dónde, respecto de qué. Continuamente llevamos a cabo operaciones entre distinciones ya establecidas, de acuerdo con reglas adicionales”.
No recordamos cómo experimentamos el mundo en nuestros primeros contactos, pero de alguna manera hemos aprendido a verlo como lo veían los adultos que nos rodearon. Aprendimos a percibir según
leyes naturales y sociales. Las leyes sociales están tan firmemente implantadas, que nos parecen naturales. Llegamos a convencernos que nuestro percibir, nuestra relación con lo que nos sucede es “propia”, que se produce en forma directa, sin mediación de operaciones que son las vigentes en nuestro entorno. Según Laing, trabajamos para “normalizar” nuestra experiencia mediante unas reglas que desconocemos: no solo desconocemos cuáles son sino que desconocemos que las usamos. Según el autor, el psicoanálisis engloba la mayoría de estas reglas bajo el nombre de “mecanismos de defensa”. Cuando un acontecimiento está eficientemente reprimido, por ejemplo, uno olvida haberlo olvidado. La represión no es una operación simple, dice Laing: “Olvidamos algo. Y olvidamos que lo hemos olvidado. Después de eso, y en lo que a nosotros concierne, no hay nada que hayamos olvidado”. Laing considera que la función principal de todas esas operaciones es lograr la producción y subsistencia de la experiencia que se desea, o al menos se tolera en la familia. Y concluye:
“Después de este holocausto casi total de la experiencia en el altar de la conformidad, es probable que nos sintamos algo vacíos.”
¿Tiene esto algo que ver con el “desplazamiento lateral” que sufre el hombre y que lo aparta de la gracia?. ¿ Es éste el costo de haber obtenido un producto “normal” a partir de la sustancia de nuestro yo originario?
Laing reflexiona que cuando sentimos ese “vacío” podemos tratar de llenarlo con artículos de consumo, dinero, prestigio, más un repertorio de distracciones permitidas u obligatorias, que sirven para distraernos de nuestra propia distracción. Si nos hallamos demasiado tensos, podemos recurrir a narcóticos, estimulantes, sedantes, tranquilizantes, que “nos depriman al punto de impedirnos comprender lo deprimidos que estamos” . Cuando la “lobotomía social normal” no funciona, se puede recurrrir a la “lobotomía química”.
Bateson afirma que la gracia se puede buscar a partir del arte, que puede ayudarnos a la integración de la razón y el corazón. Quizás el trabajo de reconocimiento o “recuerdo” de las reglas con las que nos “normalizamos”, para estar atentos a cuáles son los filtros con los que percibimos/actuamos, nos pueda llevar a formas de actuar cada vez más genuinas. Si este trabajo tuviera un resultado integrador de razón y corazón, podríamos decir que, cuando lo llevamos a cabo , estamos produciendo arte. Y como de arte se trata , creo que esto está mejor dicho en este poema de Manuel Cosgaya:
Ser yo en el principio
y hasta el final
y en el final.
Ser constantemente
la amenaza al que
no es yo y está en mí.
Ser una perspectiva
trazada a partir de
lo que es natural
y me obliga a no buscar
interminables estrategias
para que simplemente
brote una palabra.
Que esa palabra
reluzca como tal;
porque salió espontáneamente
de mi corazón.
Desalojar los inquilinos
de mi cuerpo
y permanecer sólo
con la casa y el dueño,
el hacha y su filo,
el sol y su brillo,
la luna y su poder.


viernes, 20 de julio de 2007

Todo el tiempo posible navegar en la altura...

Todo el tiempo posible navegar en la altura
sino la vida es dura porque sí

Estos versos de “Mi bandera” de Andrés Calamaro me producen un efecto parecido a la alegría, una sensación de acuerdo, esa que aparece cuando alguien talentoso y conocido dice algo que uno hubiera querido decir. En realidad no sé lo que Calamaro quiso decir con esto de “navegar en la altura”, y mi intención no es interpretarlo sino contar lo que me suscitó y a partir de aquí ya la responsabilidad es mía.
Cuando escuché: “todo el tiempo posible navegar en la altura” me acordé de este fragmento de Moby Dick, en el que Herman Melville habla de un fenómeno que creo que es del mismo orden. Una vez que el Pequod, el barco que salía a la caza de la ballena blanca, fue remolcado y estuvo fuera del muelle, se lanzó al Atlántico: “Encaró con toda la furia de la que era capaz las olas malignas y desafiantes en una de las noches más frías de invierno”. Y en ese momento, Ismael, el narrador y único sobreviviente del desastre final reflexiona: “El puerto es hospitalario y un reparo para toda orfandad; el puerto es misericordioso; en el puerto están la seguridad, la comodidad, el hogar, el alimento, las tibias mantas, los amigos, todo lo que nos es grato a los habitantes de este mundo. Pero en la tempestad, el puerto, la tierra es el peligro más cruel para la nave. La nave debe huir de toda familiaridad. Por eso la nave debe desplegar todas sus fuerzas y de hecho despliega todas sus velas para apartarse; al hacerlo, lucha contra los vientos que procuran llevarla hacia el hogar(…) se lanza tercamente hacia el peligro; encuentra consuelo solo en su peor enemigo!(…) ¿Puedes vislumbrar esta verdad intolerable para los mortales que todo pensamiento profundo y honrado no es sino el intrépido esfuerzo del alma para mantener la libre independencia de su mar, mientras que los desaforados vientos que habitan cielo y tierra conspiran para arrojarla contra la costa cobarde y traidora?”
Pienso en algunas frases que usamos cotidianamente en la costa “cobarde y traidora”:
- Y…ya aguanté tanto tiempo…
- No tengo ganas, pero…¿Cómo no voy a ir?
- Si le digo lo que pienso de el/ella…se arma…
- ¿Cómo no los vamos a invitar?
- Tengo que ser sociable para no quedarme solo
- Tengo que complacerlos para que me cuiden cuando sea vieja…
Y otras innumerables que cada uno conoce.
La vida “mar adentro” es dolorosa, pero tiene su recompensa: la parición de un pensamiento/hecho “profundo y honrado”, un actuar genuino. La vida en el puerto, en cambio, es dura “porque si”. El crecimiento trae dolor, pero el sostenimiento de lo viejo trae una consecuencia bastante menos fecunda: el sufrimiento.

viernes, 13 de julio de 2007

¿Porqué a mí?

Solemos asombrarnos cuando nos pasan algunas cosas que no esperábamos, sobre todo cuando se trata de cuestiones desagradables, claro. Nos preguntamos porqué en este momento, porqué a nosotros, o que hicimos para merecer tamaña injusticia. Pero no son pocas las veces en las que, con nuestras conductas, construimos los hechos que luego redundan en nuestro sufrimiento.
La ciencia ha trabajado para ayudarnos a ver la relación entre lo que nos pasa hoy y lo que hicimos o venimos haciendo.
La teoría de sistemas, por ejemplo, habla del fenómeno que se produce cuando existe una diferencia de tiempo entre los hechos y sus consecuencias: "En los sistemas, debemos esperar que haya un desfase entre la causa y el efecto (...)lo que hacemos en el presente afectará nuestras vidas en el futuro, cuando se manifiesten las consecuencias. Si no podemos ver la relación, puede que echemos la culpa a la situación presente, cuando en realidad las raíces se encuentran en nuestras acciones pasadas. Lo que hacemos hoy conforma nuestro futuro".(1)
Entre el insulto que profiero y la cara de odio que recibo a cambio, hay apenas un instante, y es muy posible que, si estoy atento, logre relacionarlos, pero nos resulta más difícil ver los resultados a largo plazo de una suma de acciones cotidianas.
Veo a mi vecino en pantuflas abriendo mi heladera y no recuerdo aquella vez en que le dije: “hace de cuenta que estas en tu casa”.
Desesperada en un café me lamento por la impuntualidad de mi compañero y no recuerdo las innumerables veces que le dije: “la próxima vez me voy” y no lo cumplí.
Y no habría inconveniente en alojar al vecino inoportuno si así lo quisiéramos ni en quedar permanentemente “de seña” con alguien si así lo decidimos, pero suele pasarnos que no sólo sufrimos la incomodidad o el sufrimiento que nos generan la actitud del vecino cofianzudo o el compañero impuntual, sino que no tenemos la menor idea de que estuvimos mostrando conductas que propiciaron que esto sucediera.
Cuando nos cansamos de las dos clases de respuestas que solemos tener, como aguantar con bronca o reclamar inútilmente, decidimos “hacer algo”, y buscamos recetas que sirvan para cambiar a los que nos perjudican, sin ver que todo el tiempo estábamos “haciendo algo” para permitir que nos perjudicaran. Si encaramos un nuevo camino con la ceguera que implica la imposibilidad de establecer relaciones entre lo que nos sucede y nuestra contribución a que sucediera, muy probablemente nos espere otra frustración.
Todas nuestras conductas son mensajes y si podemos observarnos quizás lleguemos a darnos cuenta de qué estamos diciendo con lo que hacemos y qué estamos aceptando con lo que decimos o lo que no decimos.
Ya que vivimos permanentemente echando a rodar acciones /mensajes en el “laberinto de efectos y causas”(2) en el que vivimos y no podemos evitar encontrarnos a cada paso con las consecuencias de nuestros hechos, sería importante poder reconocer los hechos como propios y hacernos cargo de ellos.
Ya que no podemos sino elegir, y la mayoría de las veces nos resulta difícil saber qué tenemos que hacer, al menos resultaría aliviador saber qué es lo que estamos haciendo.


(1) O' Connor Joseph-McDermott Ian. Introducción al pensamiento sistémico. Ediciones Urano. Barcelona, España.1998.
(1) Borges, Jorge Luis. Otro poema de los dones. El otro, el mismo.(1964). Obras Completas. Emecé editores. Buenos Aires.1974.

lunes, 9 de julio de 2007

¿Para que remas?...Si es un velero

Es que confiamos en la razón…:ella nos da satisfacciones,
nos da seguridades, nos da certidumbres…Pensando parece
imposible que quepan comprensiones que no nos sean
provistas por la razón; aunque , bien pensado, en ocasiones
aparece en nosotros la comprensión de que sí hay comprensiones
que no nos son provistas por la razón…y es cuando recurrimos
a explicar, con la razón, que se trata de la intuición.
Intuición que impresiona estar operando sin cesar,
incluso proveyendo a la razón de elementos para su tarea.
Razón e intuición: hemisferios instrumentales
con los que vos y yo nos percatamos: de que estamos vivos y
de cómo lo estamos.
Intuición y razón: hemisferios instrumentales
con los que vos y yo, empujados contra las cuerdas
que circunscriben al ring, nos debatimos
por responder al para qué estamos vivos,
que nos atropella,
como una pregunta( más o menos explícita)
de rigurosa imperatividad.

Poema 2 (frag.) Espacios y silencios. Rubén León Makinistian.




El título “¿Para que remás? Si es un velero…” está inspirado-copiado de una frase del libro “La conspiración de Acuario” de Marilyn Ferguson. En el texto la expresión hace alusión al nuevo paradigma en la educación, que a decir de la autora, deberá procurar “educar al cerebro entero”, un hemisferio derecho "para innovar, para sentir, para imaginar, para prever” y un hemisferio izquierdo “para comprobar, para analizar y para apoyar el nuevo orden de cosas en conceptos y estructuras adecuadas”. “Si tenemos suerte”, dice, “la educación puede encargarse de fomentar un tipo de conciencia de mayor riqueza y fluidez. Nuestras escuelas pueden dejar gradualmente de seguir empeñándose en mover nuestros veleros a fuerza de remos”.
Las siguientes reflexiones, que se encuentran también en “La conspiración de Acuario”, abundan sobre la relación entre razón e intuición:
“El diccionario define la intuición como “percepción rápida de la verdad sin que medie atención o razonamiento consciente”, como “conocimiento brotado del interior”, como “conocimiento o sentimiento instintivo asociado con una visión clara y concentrada”. La palabra deriva, muy adecuadamente del latín intuere “mirar adentro”. No debe extrañarnos que la mente lineal no haga caso de esa forma instantánea de sentir. Después de todo, sus procesos no pueden rastrearse linealmente, por lo que resultan sospechosos. Y provienen de la mitad muda del cerebro, que es fundamentalmente incapaz de hablar. El hemisferio derecho es incapaz de verbalizar lo que sabe; sus símbolos, imágenes o metáforas necesitan ser reconocidos y reformulados por el hemisferio izquierdo, para que su información pueda ser reconocida en su totalidad. Antes de contar con la evidencia de la validez de esa forma de conocimiento demostrada en los laboratorios, y con algún atisbo de los procesos no lineales, le resultaba muy duro a nuestro yo lineal el aceptarlos, y mucho más el confiar en ellos. Hoy sabemos que derivan de un sistema cuya capacidad de almacenamiento , su grado de interconexión y su velocidad humillan los esfuerzos de comprensión de los más brillantes investigadores.
Existe la tendencia a pensar en la intuición como algo separado del intelecto. Con mayor precisión podríamos afirmar que la intuición acompaña al intelecto. Todo cuando alguna vez hemos “imaginado” queda también registrado y es accesible. Esos dominios más amplios de nuestro saber conocen todo lo que sabemos con nuestra conciencia ordinaria –y muchísimo más-. Como sostiene el psicólogo Eugene Gendlin, esa dimensión, a la que solíamos dar el nombre de inconsciente, no es algo infantil, regresivo ni ensoñador, sino que es mucho mas listo que “nosotros”. Si a veces sus mensajes son enmarañados, es culpa del receptor, no del emisor. “


sábado, 7 de julio de 2007

¿A qué estamos jugando?

Sé quien vigile los peligros que me acechan,
mientras estoy siendo el que, como centinela
apostado frente a tu puerta, vigilo para intentar
impedir que te enredes en la adherencia
de los peligros que te acechan...
Volvamos nuestra atención sobre esto último:
ya que probablamente no haya hecho que descuelle
más, más elevado, más eminente,
en la vida,
que el de cuidarnos mutuamente.
Frag. Poema 10. Espacios y Silencios. Rubén León Makinistian.



“Tres reyes mandan en el poker y no significan nada en el truco”, dice Jorge Luis Borges en “El arte de injuriar” (1) , analizando “los métodos del escarnio” y sorprendiéndose por el hecho de que hasta el oprobio tenga un alfabeto convencional: “ El burlador procede con desvelo, efectivamente, pero con el desvelo de un tahur que admite las ficciones de la baraja, su corruptible cielo constelado de personas bicéfalas”.
En cada una de nuestras interacciones aceptamos a la vez los límites y las posibilidades de un mazo cuyas cartas quizás no conozcamos, pero sabemos usar.
Nuestras conductas constituyen mensajes que adquieren su significación sólo dentro del contexto en el que transcurren. Para Gregory Bateson “el contexto puede considerarse como un término colectivo que engloba todos aquellos acontecimientos que dicen al organismo entre qué conjuntos de alternativas debe efectuar su próxima elección” (2). Las alternativas entre las que podemos elegir, las cartas de que disponemos para jugar y las reglas para jugarlas, que son factores condicionantes de lo que digamos y de cómo lo digamos, son también posibilitadoras de la construcción de sentido en las interacciones. Estas alternativas son también limitadoras y posibilitadoras de la forma en que lo que decimos o no decimos es recibido por nuestros interlocutores.
Algunos de los marcos que contribuyen a determinar qué decimos ,a quién se lo decimos y en qué circunstancias lo hacemos son:
La cultura a la que pertenecemos: “los significados que asignamos a los aspectos del mundo son una construcción de la realidad aprendida en la socialización dentro de cierta comunidad de lenguaje”. (3)
La lengua en la que hablamos: la percepción del mundo nos viene programada por nuestra lengua materna. “Vemos el mundo entre las mallas de ese filtro hecho por el hombre; proyectamos sobre el mundo de los fenómenos las relaciones que hemos aprendido a observar entre las partes del habla; interpretamos lo que está ocurriendo en términos de una lógica de causa y efecto que está inserta en nuestra gramática”. (4)
Las reglas internas de los sistemas que integramos: los humanos nos agrupamos formando sistemas, complejos de elementos en interacción. Dentro de estos sistemas (familias, equipos de trabajos, grupos de amigos), existen pautas, explicitadas o no, que determinan los comportamientos de sus miembros. Dentro de estos sistemas la información no circula entre sus integrantes de forma aleatoria. Algunas cuestiones se informan a ciertas personas y no a otras, o no se dan a conocer a cierto miembro hasta que no estan en conocimiento de otro. En algunas familias existen datos que circulan entre hermanos y no se hacen saber a los padres, o es siempre uno de los padres el que informa al otro acerca de cuestiones relativas a los hijos y no lo hacen éstos directamente, y la transgresión a alguna de estas pautas puede vivirse dentro del sistema como una traición.
Las historias relacionales que compartimos: las conductas que mostramos dentro de cada una de las relaciones que establecemos, son seleccionadas de acuerdo a las normas dictadas por nuestra historia común. No somos los mismos en todas nuestros vínculos, sino que nos comportamos de una forma particular dentro de cada uno de ellos. Según el corpus hipotético de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos”, cada una de nuestras conductas son aportes cognitivos en las relaciones. Las “proposiciones cognitivas” de los integrantes de un sistema humano se amalgaman o alían en una integral consensuada que constituye el “esquema cognitivo”. “ (...) Puede afirmarse que el “esquema cognitivo” legisla el vínculo; esto es, que en él están registrados, genérica o específicamente, los permisos y las prohibiciones o abstenciones, o, digamos, lo que puede demandarse y lo que no es requerible (...)” (5) .



(1) Borges, Jorge Luis. Historia de la eternidad. Obras completas 1923-1972. Buenos Aires, Argentina, Emecé Editores,1974
(2) Bateson,Gregory, Pasos hacia una ecología de la mente, Barcelona, España, Planeta-Carlos Lohlé, 1976
(3) M.L. De Fleur, y S. Ball-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas, Barcelona, España, Paidós Comunicación, 1982
(4) J. Samuel Bois, The Art of Awareness: A Text Book of General Semantics and Epistemics. Citado en: M.L. De Fleur, y S. Ball-Rokeach, Teorías de la comunicación de masas, Barcelona, España, Paidós Comunicación, 1982.
(5) Makinistian, Rubén L., El “esquema cognitivo” en el libro Notas a conceptos de la materia “Comunicación Humana y Sistemas Humanos” (1996-1997), Rosario, Santa Fe, Argentina, 1997

martes, 3 de julio de 2007

¿En que consiste ser bueno?

Ocurre que a mí me es frecuente
tener que pasar por experiencias como ésta,
en la que nos relacionamos dos,
uno que pide consuelo y otro que trata de ayudar,
y a mí, que soy el que por lo general
pide consuelo, nunca me ha sido de demasiado valor
el que me consolasen.
Poema 3
Espacios y Silencios. Rubén Makinistian
Solemos pensar en la bondad como una virtud y creer que existe una cierta clase de personas, que poseen esta virtud, a las que podemos llamar buenas. Las personas "buenas", entonces , serían aquellas que detentan cualidades tales como la nobleza, la mansedumbre, la inofensividad, la tolerancia. Sin embargo , a muchos de nosotros nos constará que habiéndonos comportado con la intención de ser buenos, tratando de ejercer esas cualidades, en algunas ocasiones, hemos logrado efectos muy diferentes a los deseados, lo que puede habernos llevado a sacar conclusiones tales como: "es inútil, no se puede ser bueno" o "yo seguiré siendo bueno aunque los demás no sepan valorarlo".
Reflexionando acerca de mis fracasos en la intención de ser buena, encuentro que me molesta interactuar con otros mostrando conductas que pueden hacerme aparecer como áspera, severa o poco amistosa. En las ocasiones en las que no muestro mi disconformidad o disgusto, no lo hago como una actitud de cuidado hacia los otros, sino para evitar comportarme de forma poco elegante o graciosa. Mostrarme mortificada, necesitada, contar acerca de mi malestar: pedir, me lleva a perder la gracia.
Y , ¿qué pierdo cuando pierdo la gracia? Creo que pierdo la ilusión de poseer, como si fuera un capital, una cierta cantidad de reconocimiento que, en algún momento, podría resultarme útil. Relacionando poseer con poder (de poli: amo, dueño), puedo observar que paradójicamente, lo que esta acumulación podría aportarme, es cierta facultad para manipular los resultados de nuevos encuentros, para así seguir sosteniendo una imagen de elegancia. Este poder acumulado en el ejercicio repetido de conductas regaladoras, entonces , me resultaría útil para esconderme. Así, el hecho de demostrar una actitud complaciente para caer en gracia, estaría más relacionado con la disimulación de mi estar necesitada que con una actitud que, mostrando mi necesidad eventualmente resulte en asistencia o ayuda.
Me pregunto si el hecho de reconocer mi necesidad y expresarla, dejando de lado la ilusión de poder manipular el resultado de los encuentros, reconociendo al otro y dándole la posibilidad de suministrarme aquello que me permite sentirme asistida, no sería más generador de bondad que mi actitud de disimulación. Si el resultado de este intercambio fuera bienhechor, el rédito no sería atribuido a ninguna de las partes, ya que quien pide ayuda se reconoce necesitado y quien la suministra suele restablecer el equilibrio.
Podría pensarse entonces que quizás la bondad no sea , o no sea solamente, una virtud o una cualidad que puede ser ejercida, y que ser bueno podría consistir más en contribuir a la calidad de la interacción, al surgimiento de un clima comunicacional satisfactorio, que en sostener un cierto tipo de conductas (aplicables a cualquier circunstancia), consideradas como las propias de un ser humano virtuoso.

domingo, 1 de julio de 2007

¿Para qué estudiar cuestiones de comunicación?

Se puede estudiar comunicación, pero ¿ Se puede aprender a comunicarse estudiando comunicación? ¿Qué sería comunicarse? Y ¿Qué es lo que hay que aprender?. Yendo aún más atrás, ¿Para que debería alguien tomarse el tiempo y el esfuerzo para capacitarse en algo que resulta tan “natural”? ¿Estudian los peces como nadar? No, y mal no lo hacen; las burras paren bien, los pájaros emigran sin equivocarse nunca de dirección. ¿Y porque nosotros, los humanos, que nacemos , crecemos y morimos rodeados de otros humanos habríamos de estudiar para hacer algo que seguramente nacemos sabiendo?
La respuesta no debe ser fácil.
Quizás tenga que ver con que a diferencia de la perra que pare mejor que si hubiera hecho un curso de pre parto y cría a sus cachorros preparándolos para la vida con mas sabiduría que si la guiara un grupo interdisciplinario, los humanos aprendemos muy tempranamente lo que luego nos lleva la vida desaprender: la disimulación.
Muchas veces me pregunto ¿Cuál habrá sido la primera vez que disimulé? ¿Cuándo? No me acuerdo, claro, ¿habrá sido a los tres meses sonriendo sin demasiadas ganas para agradarle a mamá? . ¿En que momento me habré dado cuenta de que “me convenía” hacer algo distinto de lo que tenia ganas, o negar que necesitaba lo que necesitaba para no arriesgarme a no conseguirlo?
A diferencia de la burra, o la perra, nosotros, los humanos, tenemos lenguaje, lo que nos permite, como dijera Borges “simular la sabiduría”, y en realidad simular cualquier otra cosa : decir que nos gusta lo que no nos gusta o decir que no pasa nada cuando nos morimos de dolor. Esta operatoria que “sabiamente” hemos desarrollado es muy poco útil en la práctica porque como, aún modelados por el lenguaje, seguimos siendo mamíferos, necesitamos todo el tiempo saber “que esta pasando con el otro” y para saberlo no podemos evitar guiarnos más por lo que nos dicen las miradas, los gestos o las manos de nuestras compañías que por sus palabras. En realidad nos mentimos pero no nos engañamos.
O sea que hemos utilizado esa herramienta maravillosa que es la razón que podría servirnos para perfeccionar cada vez más las formas de conectarnos, para “sacar ventaja” disimulando lo que somos y lo que necesitamos. O quizás, yendo un poco más atrás: para calmar el miedo, escondiendo lo que somos y lo que necesitamos. Pero el resultado no es el esperado, ya que estamos “condenados” a resolver nuestras necesidades con otros, por lo que las corazas tan “sabiamente” construidas, en lugar de darnos seguridad nos dan más miedo, y más necesidad de disimular y…
Si un buen día, cansados de nuestro mundo cada vez más pequeño, nos da por parar el juego y comenzar a transitar un camino diferente, comienza el tremendo esfuerzo, no de aprender cosas nuevas, sino de tratar de desandar el viejo camino hecho de disimulaciones sobre disimulaciones para ver qué había detrás.
Pero ¿que tiene que ver esto con aprender alguna cosa sobre Comunicación Humana? Como descripción científica acerca de qué pasa cuando los humanos nos encontramos, la Comunicación Humana puede servirnos para explorar estas cuestiones y luego considerar cuáles formas de comportarnos pueden sernos dolorosas y cuales pueden aliviarnos el dolor.
Una constante tarea para aprender a saber qué necesitamos y cómo pedirlo.