domingo, 25 de enero de 2009

Ojalá me equivoque...

Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las “pruebas”. ¿Quién se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa?

Tres versiones de Judas. Jorge Luis Borges

Prefirió tener razón a ser dichoso

Alejandro Dolina

Me cuesta creer que la sentencia: “ojalá me equivoque” pueda ser dicha sinceramente. Se suele decir como tratando de errarle a un diagnóstico por lo menos desagradable: “Ojalá me equivoque, pero se viene una tormenta que se va a llevar todo”, “ojalá me equivoque pero esta pareja no va a durar mucho”, pero no puedo dejar de sospechar que si la tormenta se diluye o la pareja cumple las bodas de plata, el diagnosticador errado no puede evitar un sentimiento de frustración. Y no importa que la tormenta o el divorcio en realidad lo hubieran perjudicado directamente, creo que la necesidad de acertar en las propias aseveraciones, el placer de poder decir: “yo lo dije”, es más fuerte que el disgusto provocado por las consecuencias del cumplimiento del pronóstico agorero.
Acertar en un diagnóstico nos brinda una sensación de al menos cierta seguridad en el mar de incertidumbres en el que nos movemos. Si no pudiéramos confiar en nuestro criterio para anticipar algunas cuestiones nos mantendríamos en un estado de “experimentación permanente” que no sería fácil de soportar.
“Si yo pudiera como ayer, querer sin presentir” dice la canción, y creo que es un deseo muy difícil de cumplir. En términos de probabilidades estadísticas es bastante posible que alguien que nos dejó plantados dos veces lo haga una tercera, y desconocer este dato y seguir concurriendo a las citas confiadamente como lo hicimos la primera vez no nos sería demasiado útil. La posibilidad de detectar algunas pautas en las conductas puede llevarnos a actuar al menos con un grado aceptable de inteligencia o por lo menos de economía. Si detectamos que cada diez años los bancos “captan” los depósitos de sus clientes, en caso de tener ahorros, es bastante sano tomar recaudos cuando uno de los ciclos esta por cumplirse.
Pero aunque sea necesario un cierto grado de “intuición”, o criterio para no tropezar siempre con la misma piedra, creo que también es necesaria una cierta plasticidad para actuar sabiendo que las cuestiones estadísticas, son sólo probabilidades y que los humanos no manejamos todas las variables intervinientes en un hecho, por lo que el “yo ya sabía que esto iba a pasar” tiene más que ver con el terreno de las ilusiones que con una guía útil para la acción.
La necesidad de confirmación de la propia percepción tiene algunos inconvenientes prácticos: en las cuestiones relacionales nos dificulta ver a los otros como seres cambiantes y a sus conductas en relación con las nuestras. ¿Nos conviene comprobar que todos los hombres/mujeres/jóvenes/sagitarianos/abogados, etc. son iguales o nos conviene más concebir la posibilidad de que las generalizaciones suelen fallar y de que, en gran medida somos según con quien estemos?
Ojalá me equivoque, pero creo que a nadie le gusta equivocarse, y es muy probable que una vez que lanzamos una sentencia, de alguna manera estemos haciendo fuerza para que se cumpla.

2 comentarios:

Tito dijo...

Mónica, celebro que hayas vuelto al blog. Disfruté este ciber reencuentro.
Un abrazo Tito

Anónimo dijo...

"Ojalá que no, ¿pero y si los sordos siguen en la sordera?"

Esa frase va dedicada a los dueños del planeta y al cambio climático que desataron.

¿Qué delicia Borges no?, como la lasagna, una cosa ya universalísima.